18 de septiembre del 2020
Anónimo
Consumir con desenfreno parece ser una de las principales consignas del siglo XXI. Los persuasivos mensajes publicitarios, la insatisfacción personal o el simple afán de poseer pueden llevarnos a la adicción al consumo, un trastorno de la conducta que requiere un abordaje psicológico serio.
El simple hecho de gastar mucho dinero o realizar grandes compras no siempre es motivo de preocupación. La persona que es adicta al consumo gasta el dinero que no tiene, realiza compras impulsivas de las que luego se arrepiente y ha intentado superar el problema por sí mismo sin éxito.
“Hasta que no se pierde el control económico lo que encontramos es un problema psicológico que puede indicar una falta de alicientes o estímulos, ya que se intenta compensar a través de las compras los momentos de tristeza o las frustraciones. Los casos leves o moderados de consumo compulsivo deben llevar a una reflexión personal sobre el tipo de vida que llevamos o la situación que se está viviendo en ese momento”, explica el doctor Javier Garcés, psicólogo, técnico del Programa de la Unión Europea sobre Adicción al Consumo y Sobreendeudamiento y autor de La adicción al consumo. Manual de información y autoayuda.
El sobreedeudamiento hace que los trastornos de ansiedad, depresión o frustración que subyacen bajo este tipo de adicciones queden en un segundo plano y dejen paso a un verdadero problema económico que lleva a la quiebra familiar.
El adicto al consumo “dedica a las compras más tiempo del que dispone en detrimento de otras actividades, como las familiares o laborales, pudiendo originar casos graves de absentismo, pérdida del puesto de trabajo o destrucción del núcleo familiar”, señala Alejandro Salcedo, jefe del Servicio de Promoción y Protección de Consumidores de la Junta de Comunidades de Castilla-La Mancha. Todo esto también puede llevar al abandono de la higiene personal, problemas en las relaciones con los demás o a la marginación social en los casos extremos.
Salcedo distingue tres tipos de consumo compulsivo: adicción a la compra, que consiste en el consumo como pilar sobre el que se sustenta la vida diaria y como actividad que ocupa todo el tiempo disponible; adicción al consumo o afán continuo por efectuar nuevas compras, la mayoría innecesarias y superfluas, que pierden interés inmediatamente después de haberlas realizado, y adicción al crédito, derivado del uso incontrolado de las tarjetas de crédito y la incapacidad de vivir con el propio presupuesto. Precisamente es el aumento de la capacidad de endeudamiento a través de los métodos de crédito lo que más favorece el consumo compulsivo.
Este trastorno afecta al tres por ciento de la población europea, según indica el Informe Europeo sobre Problemas Relacionados con la Adicción al Consumo, Hábitos Personales de Compra y Sobreendeudamiento, realizado por iniciativa de la Junta de Comunidades de Castilla-La Mancha sobre la población de esta comunidad, Escocia (Gran Bretaña), Toscana y Lombardia (Italia). Las conclusiones del trabajo señalan que al menos una tercera parte de los europeos tiene problemas ocasionales de descontrol en la compra o el gasto. “El perfil del consumidor compulsivo es el de un hombre o mujer de entre 20 y 55 años de edad, de clase media y medio urbano. No obstante, las mujeres han mostrado ser mucho más adictas a los estímulos de consumo”, puntualiza Garcés.
Las personas que presentan una conducta adictiva suelen tener muy baja autoestima, personalidad impulsiva, problemas de ansiedad o depresión. Estos cuadros deben ser tratados de manera convencional, bien a través de terapias o fármacos, para abordar a continuación los problemas específicos de la adicción al consumo. “Se emplean técnicas de autocontrol, terapias cognitivo conductuales, de grupo o de autoayuda, en las que se produce un intercambio de experiencias entre personas que sufren los mismos problemas y algunos sujetos del grupo sirven de modelo a los demás en la medida en la que han conseguido avanzar más en la resolución del problema”, indica Salcedo.
También hay grupos más especializados, como los creados en Estados Unidos, en los que unos asistentes, que pueden ser voluntarios o familiares, acompañan a la persona afectada a las situaciones de riesgo. “Es una variante de técnicas ya empleadas en el tratamiento de otras patologías psicológicas. De esta manera, la terapia se complementa con experiencias prácticas de confrontación de los estímulos de compra de manera que se vaya consiguiendo una desensibilización progresiva a esos estímulos”, añade Salcedo.
El especialista resalta la necesidad de realizar acciones preventivas dirigidas a los consumidores jóvenes y adultos, y a especialistas sociosanitarios, ya que muchos casos de adicción se detectan en las consultas médicas. Para ello el servicio dirigido por Salcedo organiza jornadas informativas y cuenta con material didáctico y educativo que “intenta proporcionar herramientas para interpretar la publicidad, tener espíritu crítico, valorar las necesidades de compra, controlar el presupuesto y realizar un consumo responsable”. Además, la página web de la Asociación Nacional de Estudios Psicológicos y Sociales cuenta con un manual de autoayuda que se puede obtener directamente de la red de forma gratuita, así como un test que permite conocer el grado de dependencia del consumo.
Otras medidas preventivas muy útiles cuando se detecta el problema en sus primeros estadios son “el autorregistro, que consiste en llevar una contabilidad racional apuntando los gastos y las compras que se realizan, y el aplazamiento de las decisiones de compra. En este caso, cuando se siente la necesidad de comprar algo nunca se debe tomar la decisión de compra en el establecimiento, hay que dejar pasar el tiempo y pensárselo fuera del negocio. Cuando se abandona la tienda y no se tiene el objeto a la vista, el deseo de compra suele desaparecer casi de inmediato. En los casos graves suele ser necesaria la figura del tutor económico, que controla la economía del adicto”, concluye Garcés.
La suma de la adicción al consumo, las tarjetas de crédito y las rebajas dan origen a un cóctel explosivo, ya que las rebajas están basadas en la impulsividad y en la idea de que hay que aprovechar las oportunidades, lo que supone una excelente excusa para el consumidor compulsivo.