09 de septiembre del 2020
Anónimo
En el DSM-5, (5) la adicción a sustancias es definida como un patrón desadaptativo, que conduce a un deterioro o malestar clínicamente significativo, y se caracteriza por síntomas cognitivos, conductuales y fisiológicos. Los criterios para el diagnóstico incluyen tolerancia (necesitar cada vez más cantidad), síntomas de abstinencia, tiempo y energía considerables para encontrar, usar y recuperarse del abuso de sustancias, intentos fallidos de dejar de usar y uso continuo y compulsivo a pesar de las consecuencias negativas y destructivas.
Lo que se considera la adicción a la comida y el resto de adicciones comparten el patrón de fuerte impulso por llevar a cabo la conducta problemática (las ansias o craving), sentimientos de pérdida de control sobre esa conducta, así como utilizar esa conducta para reducir la ansiedad y evadirse emociones negativas.
Pero hay otros criterios fundamentales para la adicción a sustancias, como los síntomas de abstinencia y la tolerancia fisiológica, no han demostrado ser relevantes en los alimentos.
En primer lugar, te diré que la idea de que un alimento en particular sea adictivo parece carecer de clara evidencia científica que lo respalde. La investigación que defiende la idea de la adicción a la comida utiliza la Escala de Adicción a la Alimentación de Yale, que se basa en la experiencia sentida de las personas y no tiene en cuenta la restricción de alimentos. Sabemos, en base a la neurociencia, que cuando se restringe cualquier alimento, aumenta la recompensa de ese alimento. Es un mecanismo de supervivencia biológica, y las personas se sienten «adictas» porque se sienten descontroladas con respecto a ciertos alimentos. Sin embargo, eso es muy diferente a afirmar que una sustancia alimenticia es fisiológicamente adictiva.
En estudios realizados en ratas, eso solo ocurre bajo privación forzada; bajo esas condiciones restrictivas, la respuesta de recompensa es mayor. Los cambios dopaminérgicos que se asemejan a la adición solo ocurren con el consumo de azúcar bajo el régimen de acceso intermitente, y sin estas condiciones, la respuesta dopaminérgica al azúcar se parece a otras recompensas naturales, como tener sexo, dar un paseo por la montaña o hacer algo que nos guste mucho. Al observar la investigación con animales, la única vez que los roedores consumen azúcar de una manera «adictiva» es cuando tienen acceso intermitente a ella. Cuando los roedores tienen acceso ilimitado al azúcar, no demuestran un comportamiento similar al de la adicción.
El punto clave a recordar es que la mayoría de los alimentos tienen una respuesta de recompensa mejorada en condiciones de restricción y privación, tanto mental como físicamente.
Existe una gran cantidad de datos neurobiológicos que apuntan que la restricción amplifica el atractivo y el sabor de los alimentos. Es cierto que los alimentos y las drogas comparten vías neurales, pero el cerebro no desarrolla una dependencia fisiológica de las sustancias alimenticias.
La sensación sentida de una persona fuera de control o adicta a los alimentos no es lo mismo que tener evidencia científica de que está ocurriendo a nivel fisiológico.
Lo que si que sabemos es que la privación impulsa el comportamiento compulsivo. La restricción alimenta aún más la sensación de pérdida de control y una menor capacidad para autorregularse.La dieta nos coloca en un lugar de vulnerabilidad ante todos aquellos alimentos que estamos etiquetando como «malos» o «prohibidos»
Tal y como te comentaba, una cosa es que la adicción a ciertos alimentos no esté demostrada como tal, o otra es que las personas no experimentemos la sensación de pérdida de control y de incapacidad como algo adictivo e invalidante.
Personalmente, recuerdo perfectamente la energía del atracón como algo que me secuestraba y ante lo que me era imposible resistirme.
Pero es importante entender que los atracones son fruto de la restricción inicialmente física y posteriormente física y emocional. Cuando nos ponemos a dieta y nuestro cerebro detecta restricción, se activan los mecanismos de supervivencia que activan el sistema de recompensa que nos impulsa a buscar comida de forma urgente para para recuperar los niveles de energía a los que está acostumbrado el cuerpo.
Es decir, comer demasiado poco da como resultado una presión psicológica y fisióloga hacia la ingesta.
Con el tiempo y a base de repetir acciones de restricción, ya no solo es la propia restricción la que activa esos mecanismos, sino sólo al pensar en el ello el cerebro entiende que otra restricción se acerca y empieza a ansiar comida para prevenir la siguiente hambruna.
Así pues, los comportamientos que en la superficie se ven y se sienten como la adicción al azúcar son a menudo una función de la mentalidad de la dieta, que puede ser tan poderosa de un sentimiento como la adicción. A través de la restricción o las etiquetas de alimentos «buenos» o «malos», las reglas de control de comida, etc… se crea una privación real o percibida que puede desencadenar un impulso primordial de comer. En otras palabras, el atracón ocurre en el contexto del acceso limitado en lugar de los efectos neuroquímicos reales del azúcar.
Por lo general, consideramos que el comportamiento alimentario está controlado por la fuerza de voluntad, por lo que cuando no puedes dejar de comer azúcar, lo puedes sentir como un fracaso personal.
Pero la verdad es que no es falta de fuerza de voluntad ni de adicción, sino una consecuencia natural vinculada a nuestra supervivencia.
Por otro lado, es cierto que la comida a menudo adquiere una función similar a las drogas o al alcohol, como forma de escape o evitación.
Así, podríamos hablar que más una adicción a una sustancia en concreto como el azúcar, las grasas o la sal, una adicción o enganche a comer como forma de escape de o evitación.
Comer puede servir para muchos propósitos que no tienen nada que ver con la comida en sí. A menudo, comemos para controlar el estrés o la ansiedad. Seguro que te sonará este escenario: has llegado a casa después de un día terrible en el trabajo, tal vez tuviste un conflicto con un compañero de trabajo o se te atascó un proyecto. Comienzas con un bote de helado o una bolsa de patatas fritas, y te sientes un poco mejor. Y antes de que te des cuenta, te has comido todo.
Muchas personas usan los alimentos para aumentar las emociones agradables (como el placer o la felicidad) o para calmar los sentimientos incómodos (como la ansiedad, la ira o la tristeza). Alguien que haya experimentado un trauma en el pasado puede comer alimentos reconfortantes como una forma de sobrellevar los sentimientos de miedo, para relajarse, anestesiarse o para sentirse más seguro.
A veces incluso, los pensamientos obsesivos sobre la comida pueden servir, ya sea de manera consciente o inconsciente, como una distracción de las emociones con las que no sabe cómo lidiar.
Las dificultades en las nuestras relaciones, pasadas o presentes, también pueden estimular un patrón de comer emocional. Si ha habido una escasez de amor en tu vida, puedes recurrir a la comida para llenar el vacío. Comer puede ser una fuente de escape o anestesia si estás o has estado en una relación abusiva o insatisfactoria.
Esencialmente, es importante entender que es muy fácil usar los alimentos como una forma de sobrellevar los sentimientos y emociones, porque la comida siempre está a nuestro alcance . Si nos sentimos angustiados, la experiencia previa placentera de los alimentos nos lleva a pensar que nos sentiremos mejor, lo comenos y nos funciona: nos sentimos aliviados, aunque solo sea temporalmente. Así nuestro cerebro aprende que puede obtener una solución rápida y comienza un ciclo que uno puede experimentar como adictivo. De hecho, los alimentos que son altos en azúcar, sal o grasa (o los tres) desencadenan como veíamos una descarga de dopamina.
El problema, por supuesto, es que no podemos romper el ciclo al abstenernos de los alimentos como en el caso de la drogas o el alcohol. Dado que comer es una necesidad para nuestra supervivencia, el camino para salir de ese sentir de comer como adicción pasa por tomar consciencia sobre la forma como usamos los alimentos para regular nuestras emociones. Para mi lo importante es que esta perspectiva nos crea un espacio de libertad y de no culpa para empezar a tomar decisiones más conscientes basadas en un sentido de responsabilidad que a la etiqueta de «adicta a la comida» puede acabar anulando . Es decir, aprender a responder a nuestras emociones en vez de reaccionar a ellas o colocarnos en un lugar de inmovilismo.
Racionalmente, sabemos que el vacío del dolor no puede ser llenado con pastel de chocolate. Entendemos que una bolsa de patatas fritas no nos hará sentir realmente seguras o amadas. Pero cuando nos hemos pasado años comiendo por motivos «que no son hambre fisiólogica», puede ser fácil perder de vista el propósito correcto de los alimentos.
Es importante diferenciar la adicción del hábito de comer emocional, desde mi experiencia personal y profesional no es moralmente correcto equiparar ambas experiencias.
Por último, te voy a invitar a que reflexiones en qué medida la etiqueta de «soy adicta a la comida» te ayuda en tu camino de poner paz en tu relación con la comida.
Desde una mirada de no juicio y de curiosidad explora si denominarte así a ti misma te coloca en un lugar de no responsabilidad o de resignación hacia tu autocuidado.
Y para teminar, no olvides que detrás de tu relación con la comida está la relación con tu cuerpo. Una mala relación con nuestro cuerpo nos conduce a querer controlarlo o modificarlo a través del control de la comida o del sobreejercicio. Si esto te resuena, te invito a que les eches un vistazo a mis artículos sobre Aceptación Corporal :