03 de julio del 2020
Rubén Aquino Luna
Bullying es una palabra que últimamente escuchamos con frecuencia en los noticieros. El término se refiere a una agresión repetitiva de uno o más individuos contra una persona que no se puede defender fácilmente por sí misma. Hay un elemento adicional: en este tipo de agresión está implícita una diferencia de fuerza o de poder. El agresor con frecuencia tiene más fuerza física o mental que la víctima.
El fenómeno no es nuevo, pero fue a partir de este siglo que se clasificó de manera precisa. Con ello se busca conocer el impacto que tiene en la sociedad, especialmente entre niños y adolescentes. A partir del año 2000 se han desarrollado foros para analizar y discutir el impacto del bullying y las estrategias para hacerle frente. Quienes estudian el fenómeno buscan entender cuáles son las motivaciones para este tipo de agresión, establecer las causas y con ello, idealmente, definir estrategias para erradicarlo.
Algunos de los casos más graves que se han documentado periodísticamente han provocado el suicidio de la víctima. En 2012, Rachel Ehmke de 13 años de edad que vivía en Minessota, EUA, se suicidó después de ser víctima de bullying durante varios meses.
El bullying puede darse de forma directa o indirecta, dependiendo de si la víctima identifica claramente o no a su agresor. Cuando es directo ocurre "cara a cara" y la forma indirecta puede darse, por ejemplo, con el esparcimiento de un rumor, de tal forma que la víctima no puede saber con facilidad quién lo inició. Otra clasificación se da de acuerdo a la manera en que se origina: proactiva o reactiva. El primer caso se refiere a un hecho premeditado y planeado para obtener algo o imponerse a otras personas. El segundo se refiere a un hecho más espontáneo.
El bullying ocurre con frecuencia en el entorno de las escuelas, ya que es en estos sitios donde niños y adolescentes conviven más tiempo con otras personas de su edad.