26 de marzo del 2020
EFE
En Pino Suárez, en el centro de la Ciudad de México, Michelle y Marcela pasan la mañana inhalando y comiendo lo poco que consiguen con otros seis compañeros de "mona" o "activo", como se conocen en la jerga los inhalables.
Tienen entre 20 y 45 años y viven en una choza improvisada con lonas y colchones que colocan sobre tierra mojada.
"(El pegamento) te desinhibe, te hace el olvidar. Te quita el frío, el hambre. Y es muy económico", cuenta a Efe Michelle, de 41 años, sin despegarse del trozo de ropa que empapa en la sustancia.
Este grupo se considera una familia y, a base de alcohol y pegamento, sobrevive emocionalmente a una indigencia plagada de agresiones, violencia y desatención.
"Es una sustancia ligada a la discriminación y las autoridades no le han puesto atención debida", señala Luis Enrique Hernández, director de la entidad civil el Caracol, que trabaja desde hace 24 años con gente de la calle.
La asociación atiende cada semana a unos 60 indigentes, a quienes proporciona ayuda para dejar las drogas.
Conocen el problema de los solventes, una droga para la que "no hay protocolo" de atención a los enfermos -a diferencia de otros estupefacientes como la cocaína- y se relaciona directamente con la muerte de indigentes.
Según un recuento propio, en 2016 murieron al menos 31 sintecho en la Ciudad de México, de una población que se calcula en unos 4.500 personas.
Conscientes de sus peligros, varias personas asistidas por el Caracol luchan duramente para dejar las drogas.
Ricardo Jesús Avelino tiene 22 años, unos tres viviendo en la calle y desde los 15 consumiendo sustancias.
El joven reconoce su adicción a la piedra (el crack) y el solvente, que -sumado a problemas familiares- lo llevaron incluso a pasar unos meses en prisión. Robaba para pagarse las drogas.
Ricardo asegura que lleva un tiempo sin piedra, pero sigue con el pegamento. "A mí me gusta el activo. Me gusta su olor, me gusta la situación en que me pone, me saca de mi realidad", sostiene.
Una situación parecida a la de Rodolfo Mejía, el Chicles, que con 35 años vive desde los 11 en la calle y consume desde los 13.
Para subsistir, vigila coches y vende dulces. De ahí su apodo, que hoy defiende orgulloso, pues es símbolo de su honestidad tras unos años muy oscuros.
Pese a sus intentos de alejarse del pegamento, sigue consumiéndolo, aunque menos. "Te echas unas monas, y todo se te olvida", reconoce el Chicles, que cuenta que además es muy barato, cuesta entre 10 y 20 pesos una dosis (entre 0,55 y 1,1 dólares).
Hay una amplia gama de productos y todos son fácilmente comprables en tiendas. Desde el 'thinner' (adelgazador de pinturas) a tintas, aerosoles, colas, pinturas y otros artículos con una sustancia llamada tolueno.
"Es muy fácil tener acceso (a los efectos) solo respirándolos. Disuelven grasas y ello les hace atravesar barreras biológicas hasta llegar al sistema nervioso central", explica a Efe la farmacóloga Silvia Cruz Martín del Campo.
La doctora, una de las principales expertas en el consumo de inhalables en México, subraya sus efectos dañinos.
A corto plazo inhiben el sistema nervioso central, y con él llega la euforia, el mareo, la dificultad de articular palabras e incluso las alucinaciones, algo parecido al alcohol.
Su consumo continuado tiene consecuencias trágicas: "Produce daños a nivel nervioso. Pérdida de visión, dificultades para caminar, incoordinación motriz y toxicidad a nivel de hígado y riñón".
Entre los adictos, la mortalidad "es alta, pero poco documentada", denuncia.
Según la última Encuesta Nacional de Adicciones, cerca del 1 % de los mexicanos habían probado los inhalables. Entre los estudiantes, el consumo se dispara hasta el 7 %, y ya rebasó al de la marihuana, advierte la doctora.
Para el director del Caracol, los solventes son hoy una "sustancia de inicio" a otras drogas, al ser "legal y de fácil acceso".
Hace 15 años, recuerda, empezaron a ver grupos distintos a la población callejera consumiéndolo. No obstante, sigue relacionándose con la clase más baja.
Y por ello "no le han puesto la atención debida, y no existen políticas prohibicionistas", denuncia Hernández.
Comprar hoy activo sigue siendo enormemente fácil, y recurrente, para gente como Marcela, una mujer trans de 41 años que vive en la calle desde hace nueve meses.
"Falleció mi pareja y no he podido 'sobresalir'. Entré en depresión y por esto consumo. Alcohol y activo", se sincera a Efe Marcela que, además de su tragedia personal, enfrenta cada día un triple estigma; ser una sintecho, transexual y seropositiva.