22 de August del 2011
Linda Bucay
Referencia Histórica
La afición de los seres humanos por los juegos de azar es probablemente tan antigua como la historia de la civilización, siendo parte presente en todas las sociedades antiguas y modernas. Los rastros que tenemos sobre su existencia se remontan a varios miles de años atrás, y aparentemente, el juego precedió a la invención del dinero.
Cada cultura ha inventado actividades cuyo elemento esencial es la apuesta, y desde entonces los hombres no sólo han arriesgado bienes materiales, sino a sus esposas, la amputación de alguna parte de su cuerpo, su libertad e incluso sus vidas. Algunos ejemplos son las tumbas del antiguo Egipto en cuyos murales aparecen juegos de tableros. Los romanos y etruscos, en el milenio anterior a nuestra era, utilizaban dados de seis caras y se han encontrado dados en los restos de las ruinas de Pompeya. Los juegos de cartas parecen tener su origen en el siglo XII en China y posteriormente se expandieron a Europa. Si damos un salto en el tiempo, descubriremos que en España la afición al juego adquirió dimensiones extraordinarias durante el Siglo de Oro y la lotería fue inducida en 1763 por Carlos III.
En América, los juegos de cartas llegaron en los barcos de los conquistadores, aunque las culturas americanas tenían sus propios juegos de azar, utilizando palillos y huesos de frutas. Ya en el S.XX se fundó Las Vegas, Nevada, considerada el mayor centro de juego del mundo en la actualidad.
Los problemas dedicados de la práctica del juego no son en absoluto una invención de nuestros tiempos. Tenemos referencias históricas de que se ha tratado como un asunto de interés social, político e incluso literario. Tenemos historias de personajes famosos que sufrieron los efectos de una excesiva implicación en los juegos de azar, desde empradores y reyes que arriesgaban su reino en el juego (Calígula, Luis XIV de Francia o Enrique VII de Inglaterra que perdió en los dados las campanas de la Catedral de San Pedro), científicos como Descartes, y escritores como el poeta Luis de Góngora o Fedor Dostoievsky. Precisamente este último, podemos notar que su novela “El Jugador” es una obra que se considera autobiográfica. En las experiencias de su personaje Alexéi Ivánovich, podemos adentrarnos al mundo del juego y nos deja reconocer en él, las características clínicas de un ludópata según los criterios actuales.
Una prueba de los problemas que acompañan esta práctica, han sido las prohibiciones o intentos de regulación por parte de las autoridades en la historia de muchos países y hasta el día de hoy, aunque el juego clandestino ha sobrevivido a cualquier forma de control. Incluso, hace tan sólo doscientos años el juego con apuestas era considerado un pecado. En el siglo XIX, al perder fuerza la visión religiosa del mundo, cambió también la concepción del juego y los problemas con él relacionados, pasaron de considerarse un pecado, a un vicio, y como tal, sujeto a la voluntad del individuo.
La relación entre juego y adicción no es un mero constructo moderno, como vimos en el fragmento pasado. Curiosamente la palabra “adicto” proviene del latín “addictus” término empleado en el Derecho Romano para designar a los “esclavos por deudas” (Koliakov, 1979).
Hoy en día se considera que hay muchos elementos comunes que comparte la Ludopatía con el resto de las adicciones, y algunos autores consideran al juego como un modelo de adicción sin tóxico, que es capaz de producir excitación y escape (Dickerson, 1989; Lesieur y Rosenthal, 1991).
Como ocurre con otras adicciones, la ludopatía persiste en sus conductas a pesar de las consecuencias negativas y los conflictos que éstas provocan en el ámbito personal, conyugal, familiar y social del individuo, que por lo general se encuentran profundamente dañados.
El juego patológico fue reconocido oficialmente en el año 1980 cuando la Sociedad Americana de Psiquiatría (APA) lo incluyó por primera vez como trastorno en el Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales, en su tercera edición (DSM-III).
De acuerdo con el DSM-IV – la edición posterior – sólo cuando el juego se da de forma independiente de otros trastornos impulsivos, del pensamiento o del estado de ánimo, se considera como una patología. Para recibir el diagnóstico, el individuo debe cumplir al menos tres de los siguientes síntomas: