
09 de December del 2025
https://www.niaaa.nih.gov/publications/el-alcohol-y-el-cerebro-del-adolescente?u
Frecuentemente los padres se preguntan ¿qué tan útil es pretender enseñar a beber alcohol en sus hijos?, es un tema bastante recurrente y debatido, sin embargo hay mucha evidencia científica robusta y actual donde se señala que la idea de “enseñar a beber” a adolescentes como estrategia preventiva, al permitirles “probar” alcohol bajo supervisión, por ejemplo en casa, no sólo carece de respaldo sólido, sino que aumenta el riesgo de problemas de consumo nocivo de bebidas alcohólicas más adelante, así como el consumo de otras drogas de abuso.
Aquí la evidencia científica y el por qué la mayoría de expertos desaconseja esa práctica.
En primer lugar es claro que el consumo de bebidas alcohólicas durante la adolescencia afecta al cerebro en desarrollo.
El cerebro adolescente está en desarrollo, y hasta aproximadamente los 25 años, consumir alcohol cuando aún hay desarrollo neurocognitivo, interfiere negativamente con la memoria, funciones ejecutivas, y el control emocional.
La premisa de que “si lo aprenden en casa será menos dañino” ignora que la vulnerabilidad neurobiológica del adolescente no desaparece, “el alcohol sigue siendo dañino aunque sea con supervisión de los padres”.
Beber alcohol en la adolescencia también se asocia a un mayor riesgo de “conductas de riesgo”, como son: accidentes, violencia, decisiones impulsivas, consumo de otras sustancias, problemas escolares, entre muchas otras.
Iniciar el consumo a edades tempranas como a los 15 años, multiplica el riesgo de desarrollar más adelante trastornos por consumo de alcohol, una condición que puede tener consecuencias durante el resto de la vida adulta.
El consumo a edades tempranas y fomentadas en el hogar, normaliza la bebida como parte de las rutinas comunitarias o familiares, lo que debilita los límites, la percepción de riego y aumenta la tolerancia, llevando al consumo frecuente, excesivo y nocivo.
Estudios medidos en varios años, muestran que los menores que “prueban” alcohol con permiso de sus padres tienen más probabilidades de estar bebiendo en la adolescencia; los que probaron alcohol en quinto grado tenían el doble de riesgo de consumir alcohol en 7º grado en comparación con quienes no lo probaron.
Otra evidencia confirma que cuando los padres ofrecen bebidas alcohólicas, aumenta la probabilidad de consumo adolescente y, de consumo intenso, de grandes cantidades, en cortos periodos de tiempo, con mayor intoxicación.
Las investigaciones entonces, no muestran el efecto protector esperado, ni siquiera neutral; por el contrario, hay un patrón claro de mayor riesgo de consumo, abusos y dependencia posteriores.
Entonces permitir “probar” alcohol, incluso en casa no protege, todo lo contrario, causa más daños inmediatos y aumenta riesgos para la salud física y mental.
Las estrategias de prevención con mejor evidencia y resultados, no promueven una “iniciación guiada”, del consumo de bebidas alcohólicas.
Por el contrario, la evidencia en prevención indica claramente, que la participación activa de los padres con comunicación frecuente, establecimiento de reglas claras, supervisión de actividades, evitar consumo visible, reduce el riesgo de consumo en la adolescencia.
Las intervenciones escolares, comunitarias y familiares (charlas de prevención, educación sobre riesgos, normas de no consumo, monitoreo parental, restricciones de acceso) muestran efectos más consistentes y positivos. También los programas familiares, dirigidos a toda la población, ayudan a prevenir o retrasar el inicio del consumo de alcohol en menores.
Las estrategias basadas en educación de riegos y daños, normativas claras, con límites y consecuencias, involucramiento de la familia y la comunidad, y sobretodo retrasar lo más posible el inicio del consumo de bebidas alcohólicas, tienen respaldo mucho más sólido para prevenir problemas, como el alcoholismo.
Las recomendaciones con evidencia indican:
Que no se proporcione alcohol a menores, ni siquiera “para que lo prueben”.
Que los padres mantengan comunicación abierta, honesta y constante sobre los riesgos del alcohol, estableciendo reglas claras y coherentes.
Que la prevención se enfoque en entornos familiares, escolares y comunitarios: educación, actividades alternativas, supervisión, reforzamiento de normas, en lugar de normalizar el consumo.
Que se entienda que no hay una “cantidad segura” de consumo de bebidas alcohólicas, menos aún para los adolescentes, cualquier consumo implica riesgos.
La conclusión es incuestionable: la evidencia no apoya “enseñar a beber” a los adolescentes como medida de prevención; la idea de introducir a los adolescentes al alcohol de forma supervisada como estrategia preventiva “no tiene respaldo”, y más bien parece “favorecer” que desarrollen consumo nocivo o dependencia más adelante.
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