26 de August del 2025
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La vigorexia, también conocida como dismorfia muscular, es un trastorno que revela una paradoja: lo que empieza como un esfuerzo por llevar una vida saludable puede transformarse en una obsesión dañina.
Quienes la padecen desarrollan una percepción distorsionada de su cuerpo, creyendo que su musculatura nunca es suficiente. Esto los lleva a invertir largas horas en el gimnasio, seguir dietas extremadamente restrictivas, consumir suplementos o esteroides y evitar situaciones sociales que interfieran con sus rutinas.
De acuerdo con el DSM-V, la vigorexia se clasifica dentro de los trastornos dismórficos corporales. Muchos especialistas también la relacionan con los trastornos de la conducta alimentaria —por su similitud con la anorexia nerviosa en cuanto a la distorsión de la imagen corporal— o incluso con una adicción comportamental, debido al ciclo compulsivo que genera el ejercicio excesivo.
En cualquier caso, se trata de un problema que causa malestar psicológico, afecta las relaciones sociales y compromete la salud física y emocional.
La vigorexia tiene un origen multifactorial, influenciado tanto por factores individuales como sociales. Entre los más frecuentes se encuentran:
Personalidades perfeccionistas.
Problemas de autoestima y regulación emocional.
Distorsiones cognitivas sobre la imagen corporal.
Presión social por alcanzar estándares de belleza irreales.
Generalmente, aparece en jóvenes de 18 a 30 años, un grupo muy expuesto al impacto de la cultura fitness y a los mensajes idealizados de cuerpos musculosos en redes sociales.
Algunos de los signos más comunes son:
Entrenar en exceso, incluso estando lesionado o enfermo.
Insatisfacción constante con la propia apariencia.
Obsesión por la dieta y la ingesta de proteínas.
Uso de suplementos o anabólicos para ganar masa muscular.
Aislamiento social para no romper con la rutina.
Aunque se observa con mayor frecuencia en hombres, la vigorexia puede afectar a personas de cualquier género. Deportes como la halterofilia, la natación o el triatlón presentan mayor incidencia de este trastorno. Se estima que entre el 10 y el 20 % de los levantadores de pesas universitarios podrían presentar síntomas.
La atención debe ser interdisciplinaria. La psicoterapia (incluida la psicoeducación) ayuda a identificar y modificar pensamientos obsesivos, mientras que la intervención nutricional fomenta una alimentación equilibrada. En algunos casos, se considera el apoyo farmacológico.
El tratamiento temprano es clave para recuperar la relación saludable con el cuerpo y el ejercicio.
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