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Te hablamos de las adicciones
  • Tabaquismo y adicción tabáquica

16 de mayo del 2024

https://www.elsevier.es/es-revista-offarm-4-articulo-tabaquismo-adiccion-tabaqui

Se entiende como tabaquismo a la intoxicación crónica producida por el consumo abusivo de tabaco. Durante mucho tiempo fumar fue considerado un hábito, un acto social y un símbolo de independencia y madurez socialmente aprobado y potenciado. Fumar era, y desgraciadamente lo es aún, contemplado por algunos adolescentes como una parte del rito iniciático que les granjeará la aceptación como miembro de pleno derecho en una sociedad adulta en la que aspiran a integrarse. Afortunadamente, la mayor información y las campañas sanitarias y legales han hecho que la tendencia actual sea desterrar cualquier connotación positiva del consumo de tabaco y considerar el tabaquismo como una drogadicción. Podría pensarse que esta consideración es excesiva, pero lo cierto es que el hecho de fumar cumple con todos los requisitos que definen el consumo de una sustancia como tal: comportamiento compulsivo, existencia de tolerancia, dependencia física y psíquica, y aparición de síndrome de abstinencia en ausencia de la misma. Se ha estudiado que el humo generado en la combustión de tabaco contiene alrededor de 4.500 elementos químicos, muchos de los cuales pueden ser considerados como tóxicos y carcinogénicos para el hombre. De entre todos ellos, la nicotina se considera el agente responsable máximo de la generación de comportamientos adictivos y de dependencia entre los consumidores habituales de tabaco. Alquitranes, monóxido de carbono y las partículas del humo son otros de los principales responsables de las consecuencias patológicas derivadas del hecho de fumar. En los últimos años se han dado pasos muy importantes en el control del tabaquismo: la legislación española impide la publicidad directa (aunque sigue permitida la indirecta), obliga a informar en cada cajetilla de los efectos perjudiciales que fumar tiene para la salud y regula la venta y el uso del tabaco, limitando los lugares de su consumo y prohibiendo la venta a los menores de edad. Con estas y otras medidas se pretende crear un ambiente colectivo negativo para el consumo de tabaco que lo convierta en socialmente inaceptable. No obstante, las actuaciones contra esta adicción se enfrentan con dificultades difíciles de vencer: ­ Publicidad muy atractiva y, en algunos casos, encubierta. ­ Fumar proporciona un placer inmediato. ­ Las enfermedades que genera aparecen a largo plazo. ­ Fuerte vínculo social, e incluso refuerzo positivo, en algunos sectores. ­ Fácil acceso, pues se vende en muchos sitios y es relativamente barato. ­ Automatismo con que se enciende un cigarrillo. ­ Dejar de fumar es un largo proceso individual y particular que exige una gran fuerza de voluntad. Como en cualquier otro problema sanitario, el farmacéutico, como profesional de la salud más cercano a la comunidad, puede y debe realizar en ella una gran labor de información, formación, asesoramiento y apoyo para conseguir que el tabaco deje de ser un problema actual y de las generaciones venideras. Riesgos para la salud El tabaco desarrolla su acción nociva directa principalmente en el sistema respiratorio. En la sobradamente conocida estructura de dicho aparato destacaremos, por su papel primordial, el intercambio gaseoso de los alvéolos. Estos sacos microscópicos en que desembocan los bronquiolos poseen unas paredes muy delgadas y están fuertemente irrigadas mediante capilares sanguíneos. Es el lugar del cuerpo en el que se produce la entrada en la sangre del oxígeno y la salida del CO2 resultante de la combustión biológica y, por ello, dada su importancia, existen unos mecanismos de protección que purifican el aire que debe llegar hasta los pulmones. Este mecanismo consiste, por un lado, en los folículos pilosos y el epitelio mucoso, que revisten las fosas nasales filtrando el aire exterior, humedeciéndolo y atemperándolo; por otro lado están los cilios y mucus secretado por las glándulas que tapizan la tráquea y los bronquios. Al fumar, las sustancias tóxicas presentes en el humo del tabaco alteran este mecanismo de protección: la nicotina paraliza la función ciliar, dificultando la eliminación natural de los esputos, produciéndose, por consiguiente, una acumulación del mucus que obstruye los bronquios, además de facilitar la retención de otras sustancias con potencial carcinogénico. Otra de las peculiaridades de la nicotina es su capacidad de atravesar la barrera hematoencefálica y alcanzar el cerebro tan sólo 7 segundos tras la inhalación del humo del cigarrillo. Allí se une a los receptores nicotínicos, desencadenando la liberación de numerosos neurotransmisores y catalizando diversas reacciones bioquímicas que ejercen su acción sobre el sistema dopaminomesolímbico, cuya activación desempeña una función de reforzamiento y establecimiento de la dependencia a la nicotina. El monóxido de carbono, gas inorgánico integrante del humo del tabaco, atraviesa las paredes alveolares y forma con la hemoglobina un compuesto estable, inhabilitándola para transportar oxígeno a través de los vasos sanguíneos. Aumentar el número de inspiraciones, hacer que el corazón bombee más sangre y un aumento de la presión sanguínea son las reacciones naturales del organismo para garantizar su correcta oxigenación en presencia de unas cantidades más elevadas de CO en el aire inspirado. Infarto de miocardio, enfermedades cerebrovasculares, cáncer de pulmón, laringe, boca, páncreas o esófago, bronquitis crónica y enfisema son el grupo de patologías que con mayor frecuencia se asocian con el consumo de tabaco y que se derivan de los efectos fisiológicos anteriormente comentados. Otra consecuencia típica del consumo de tabaco es la disminución del rendimiento físico: es muy característica la fatiga de los fumadores, aunque sean muy jóvenes, ante esfuerzos físicos moderados e incluso frente a actividades físicas cotidianas que no deberían suponer ninguna dificultad para una persona sana. Aumento de sudación, temblores, náuseas, diarrea, elevación del azúcar en sangre y de producción de insulina son algunos otros de los efectos del tabaco sobre el organismo. Además, se ha demostrado que el tabaquismo aumenta la morbilidad, es decir, la susceptibilidad de los fumadores a sufrir enfermedades es significativamente más elevada que el riesgo que presentan las personas no fumadoras. También existen otros aspectos como la halitosis y las manchas en los dientes, que si bien no son graves desde un punto de vista sanitario, son molestias que pueden suponer un rechazo en el campo de las relaciones sociales. Además de provocar la atrofia de los sentidos del olfato y el gusto, fumar tiene efectos adversos sobre la piel, causando su envejecimiento prematuro y su amarilleamiento. Pese a estos efectos indeseables, la nicotina puede producir otros efectos sobre el organismo que podrían ser entendidos como «positivos», ya que estimula la memoria, la atención, la rapidez mental, el tiempo de reacción, la vigilancia y la ejecución de tareas. Tiende a aliviar el aburrimiento, alejar los sentimientos depresivos y reducir el estrés. Estos efectos son la cara «positiva» de una moneda que puede acabar causando serias dificultades para la salud y que como contrapartida tiene un mayor riesgo de producir una muerte prematura. Dejar de fumar No hay ninguna duda de que la adicción tabáquica es un problema sanitario y que debe ser abordado como tal y de forma coordinada por todo el colectivo de profesionales sanitarios y, en general, por todos los estamentos con potestad para modificar hábitos sociales. Cuando una persona abandona el hábito de fumar debe enfrentarse a un cuadro típico de abstinencia que comienza al cabo de unas horas y se agudiza con un pico entre las 24 y 48 horas siguientes. El deseo imperioso de fumar, ansiedad, tensión, irritabilidad, dificultad de concentración, somnolencia, disminución del ritmo cardíaco y la presión sanguínea, aumento del apetito y del peso, torpeza motriz, aumento de la tensión muscular, etc., son los síntomas principales a los que debe enfrentarse un fumador en el momento en que decide interrumpir el consumo del tabaco. La mayoría de estos síntomas remitirá o disminuirá notablemente su intensidad en 4 semanas, a excepción de la sensación de hambre y el deseo de fumar, que podrán prolongarse durante 6 meses o más. Como cualquier otra conducta adictiva, dejar de fumar y perseverar en ello es particularmente difícil. Únicamente un 10% de las personas que lo intentan por su propia cuenta consigue abandonar el hábito, mientras que el índice de cesación aumenta hasta casi un 60% en aquellas personas que recurren a programas estructurados de deshabituación. Para ser efectivos, los programas de cesación tabáquica deben combinar varios tipos de estrategias: ­ Análisis de la situación de partida, y explicación abierta de las enfermedades derivadas del consumo de tabaco y de los beneficios sanitarios que reporta el hecho de dejar de fumar. Más que incidir en aspectos excesivamente técnicos o en las fatales consecuencias del hábito, puede recurrirse a argumentos tales como: mejorar la salud, eliminar el dolor de garganta, la excesiva fatiga cuando se practica un ejercicio físico, dar ejemplo a los niños, no empeorar la salud de los hijos, aprobación social, laboral y familiar, razones estéticas, y demás.