07 de noviembre del 2023
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Consumo de riesgo El consumo regular de dosis de alcohol por encima de 3 copas por día en el varón, y de 2 en la mujer, se ha asociado a mala salud y riesgos evitables. Por otra parte, el consumo compulsivo ocasional (binge drinking), como, por ejemplo, beber 5 copas o más en una sola sesión de consumo, está estrechamente asociado a lesiones de tráfico o laborales, suicidios juveniles y agresiones violentas, además de causar muerte neuronal, especialmente en los adolescentes. Seún la metodología de los Centers for Disease Control and Prevention (CDC), el consumo de estas dosis excesivas de alcohol fue la causa, en 2002, de 8.597 muertes prematuras evitables en España, lo que supone el 2,3% de la mortalidad total y el 9,2% de la carga de morbilidad, sólo por detrás del tabaco y la hipertensión arterial. La media de años de vida perdidos por cada muerte prematura por abuso de alcohol es 22, por lo que los años de vida perdidos por esa causa en un año serían 189.1342. Alrededor del 37% de las muertes por lesiones de tráfico ocurren en conductores bebidos y el 70% de las muertes por cirrosis hepática están causadas por abuso de alcohol. Imaginemos qué diría la ciudadanía si, ante una infección vacunable que ocasionara toda esta morbimortalidad, las administraciones públicas no pusieran la vacuna oportuna a disposición de los ciudadanos. El abuso de alcohol también aumenta el riesgo de muerte por cáncer de hígado, pancreatitis aguda y crónica, cánceres del tracto digestivo (boca, esófago, laringe y faringe) y problemas cardiovasculares (hipertensión arterial, miocardiopatía alcohólica y arritmias)2. Trastornos neurológicos, como la neuropatía alcohólica y la demencia alcohólica, no son infrecuentes. El consumo habitual de altas dosis de alcohol se asocia al síndrome de dependencia alcohólica, trastorno psicoactivo caracterizado por la búsqueda y el consumo compulsivo de alcohol y una cascada de problemas familiares, laborales y sociales que convierten a la persona en un ser marginal y apartado de la sociedad. Se estima que el 60% de los casos de violencia de género han estado provocados por individuos expuestos a altas dosis de alcohol. En España hay en estos momentos más de un millón de personas con consumos excesivos perjudiciales, trastornos relacionados o dependencia. Lo más grave es que en las asociaciones de ex alcohólicos están entrando cada vez más jóvenes de apenas 20 años de edad. A pesar de todo esto, algunos promueven el consumo de bajas dosis de alcohol y acentúan los beneficios para la salud. Veamos qué hay de cierto en eso. El consumo «moderado» de alcohol es difícil de definir. La OMS desaconseja el término debido a que su amplia variabilidad interindividual e intercultural dificulta una definición inequívoca. Sin embargo, hay un consenso que este consumo oscila entre 1 y 10 copas a la semana. Por lo que respecta a la posible dosis cardioprotectora, se estima en una copa cada 2 días. Por encima de 2 copas al día, el efecto se invierte, aumentando la mortalidad. Diversos estudios han concluido que, en ciertos grupos de población adulta, aquellos que consumían alcohol con moderación tenían menos mortalidad que los abstemios o que los que consumían más de 2 copas al día. Sin embargo, esto sólo se ha demostrado en varones de más de 40 años y en mujeres posmenopáusicas1. El consumo moderado de alcohol a dosis bajas reduce la mortalidad por infarto de miocardio, pero no está claro que disminuya el riesgo de ictus, mientras que se sabe que aumenta la mortalidad por hemorragia cerebral. Por otra parte no existe umbral de consumo seguro de alcohol para los cánceres digestivos ni para la hepatopatía crónica. La curva dosis-mortalidad para infarto tiene forma de J, pero para hepatopatía es exponencial y para cáncer digestivo es lineal3. El riesgo poblacional de cáncer por alcohol es bajo, pero comienza con la primera copa. Se estima que el riesgo de cáncer digestivo asociado al consumo de alcohol aumenta un 10-30% por cada 2 copas de alcohol consumidas por día3. A pesar de esto, y al contrario de lo que ocurre con el tabaco, es posible un consumo moderado en adultos que haga compatible la salud con un razonable hedonismo. Sin embargo, no existe un beneficio general del consumo de alcohol, puesto que no disminuye la mortalidad general para el conjunto de causas, por lo que nunca deben darse recomendaciones generales como la de «beber es bueno para las coronarias Una de las ideas que se han difundido en ciertos ámbitos sociales es que el vino tiene determinadas singularidades que lo hacen un producto más beneficioso que el resto de las bebidas alcohólicas. Es verdad que algunos estudios europeos de cierta envergadura, como el de Gronbaeck et al5, sí parecen apuntar en esa dirección. Sin embargo, los grandes estudios prospectivos estadounidenses, como el de Klatsky et al6, desarrollado en Alta California con 128.934 personas, concluyeron que la cerveza y los licores también reducían el riesgo de cardiopatía, aunque el vino parecía tener un efecto más intenso. Una de las razones que van en contra de que el vino sea mejor que otras bebidas es que todas las bebidas alcohólicas, en dosis moderadas equivalentes, tienen un efecto antiagregante y aumentan las concentraciones de lipoproteínas de alta densidad (HDL), y ambos fenómenos se asocian a bajas mortalidad y morbilidad coronaria. Los bebedores de vino tinto en dosis moderadas suelen llevar una dieta más saludable y pertenecer a grupos socioeconómicos más favorecidos. Estos factores de confusión y otros, como el patrón de consumo, habitualmente no se han tenido en cuenta al comparar los efectos de distintas bebidas alcohólicas en la salud. Tampoco hay que ocultar que los estudios europeos a menudo han sido financiados por institutos del vino y otras fuentes de financiación con potencial conflicto de intereses. Por lo tanto, la evidencia científica es tan débil que no se puede afirmar categóricamente un mayor efecto protector del vino contra el infarto en comparación con otras bebidas alcohólicas7. Los entusiastas y a menudo interesados defensores del vino alegan que contiene flavonoides y taninos con efectos antioxidantes y antitrombóticos. El efecto antitrombótico de estas sustancias parece menos relevante que las dosis bajas de alcohol, pero algunos apuntan que supone hasta un 50% del efecto protector del vino. La otra mitad sería el alcohol en sí mismo. Pero si estas sustancias que están presentes en el vino tuvieran un efecto similar al de las dosis bajas de alcohol, no sería imprescindible el consumo de vino (ni bebidas con alcohol), dado que los flavonoides y los taninos se encuentran también en la uva y el mosto. Es decir, en prevención cardiovascular, un vaso de vino sería equivalente a un par de vasos de mosto7. Si el efecto de los flavonoides y taninos fuera tan importante en el proceso aterotrombótico, el balance beneficio/riesgo de consumir mosto o uva de mesa sería más favorable para prevenir el infarto que el consumo de vino o cualquier otra bebida alcohólica. Consumo de alcohol en los adolescentes Los niños y adolescentes son especialmente vulnerables al consumo de alcohol y otras drogas. El cerebro no ha madurado y hay mayor susceptibilidad a sus efectos. Actualmente estamos en una situación en que el 64% de los menores consumen alcohol el fin de semana. El principal problema de los menores es la vulnerabilidad al alcohol y el riesgo de problemas severos en la edad adulta. La edad de inicio es muy determinante para valorar esos riesgos. Recientemente se ha podido constatar que el 47% de los que empiezan a beber antes de los 14 años desarrollan una dependencia del alcohol en algún momento de su vida que no tiene que ser precisamente en la juventud. Los que esperan a los 21 años sólo lo hacen en un 9%, es decir, 5 veces menos9. Esta correlación se mantiene incluso cuando se ajustan los resultados por los riesgos genéticos de alcoholismo. Por esa y otras muchas razones en algunos países la edad mínima para la venta y el consumo de alcohol es 21 años.