13 de julio del 2023
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La tecnología ha avanzado a pasos agigantados desde la Revolución Industrial, y no ha bajado su ritmo hasta la actualidad. Particularmente, durante las últimas décadas se han visto la aparición de nuevas tecnologías como las redes sociales, los videojuegos o la pornografía online, y la masificación global de las mismas. Este tipo de tecnología nos permite un acceso casi ilimitado a poderosos estímulos de manera inmediata. Y dado que son inventos sumamente novedosos, aún no entendemos completamente hasta donde afectan el comportamiento y la psicología humana.
Al mismo tiempo, los seres humanos no hemos casi evolucionado desde hace decenas de miles de años. Somos, básicamente, desde un punto de vista biológico, lo mismo que éramos en las épocas donde éramos cazadores recolectores. Esto es sumamente lógico, si consideramos que ésta fue la realidad y el modo de vida de nuestra especie por casi la totalidad de su existencia.
Por lo que tenemos, por un lado, nuevas tecnologías ultra-estimulantes que aparecieron, y se masificaron, durante una diminuta porción de nuestra existencia, y por otro, los seres humanos, cuyo cerebro no ha cambiado en 50 mil años, a pesar de los gigantescos avances científicos. Esto no debería ser algo que pasemos por alto.
Al mismo tiempo, y a pesar de vivir en una época de acceso a los recursos y seguridad inéditas en la historia de la humanidad, estamos atravesando una crisis de salud mental que afecta, de manera desproporcionada, a las personas más jóvenes. Y sí, esta crisis antecede a la pandemia de COVID-19, las cuarentenas y demás restricciones.
Son muchas las investigaciones que han encontrado una correlación significativa entre mayores niveles de depresión, ansiedad o déficit de habilidades sociales (entre otros problemas psicológicos) y un mayor uso de las redes sociales, los videojuegos y la pornografía online.
Si bien existe aún polémica acerca de si el término “adicción” es el más indicado para describir estas conductas problemáticas, algunos expertos, como Adam Alter (autor del libro Irresistible "¿Quién nos ha convertido en yonquis electrónicos?"), cuestionan la idea de que solamente algunos comportamientos son potencialmente adictivos, sino que uno podría volverse adicto a prácticamente cualquier comportamiento si se cumplen ciertos requisitos, los cuales veremos a continuación.
La única diferencia entre estas nuevas adicciones y otras más clásicas, como el alcoholismo, es la ausencia de una sustancia propiamente dicha. Sin embargo, existen adicciones como la ludopatía que son reconocidas universalmente de tal manera, y se las denomina como adicciones conductuales, ya que cumplen con los siguientes patrones, al igual que lo puede hacer, potencialmente, cualquier tipo de comportamiento.
Los requisitos para clasificar una conducta como adictiva son los siguientes.
Lo primero es que las adicciones significan consecuencias no deseadas para la persona que sufre de este problema.
En el caso de estas nuevas adicciones, podemos notar ciertos efectos en la salud mental como mayores niveles de ansiedad, depresión, déficit en habilidades sociales, poca concentración, irritabilidad o malos hábitos de sueño.
En el caso de la pornografía, también se puede incluir problemas de índole sexual, como imposibilidad de conseguir erecciones, eyaculación precoz o anorgasmia.
La dependencia significa que, a pesar de todas estas consecuencias negativas en la vida del sujeto, éste no puede dejar de emitir la conducta que las ocasiona.
Esta dependencia genera una falta de control en el día a día de un individuo, y sus valores y objetivos a largo plazo se ven afectados por el cortoplacismo y la falta de criterio para tomar decisiones.
Cada vez que se genera un pico de placer al recibir una recompensa por una conducta, y ésta se repite compulsivamente, se generará el fenómeno de la tolerancia: esto es, la necesidad de aumentar la “dosis” de la misma para poder lograr el mismo efecto. Por lo que se necesitará cada vez mayor cantidad de estímulos para conseguir la satisfacción. Es por eso que los alcohólicos necesitan consumir mayores cantidades de bebidas alcohólicas, en promedio, para conseguir embriagarse.
Mientras que las primeras veces que emitimos una conducta podemos hacerlo porque nos genera sensaciones agradables, una vez que se genera una adicción, lo realizaremos para evitar el malestar que nos genera no estar efectuando dicho comportamiento. Por ejemplo, al comenzar a usar Instagram y recibir “likes” en nuestras fotos, uno puede sentirse feliz ante cada señal de aprobación que implica cada like. Al generar una adicción por esta red social, y particularmente el feedback proporcionado por esos likes, una persona puede buscar ese estímulo más para calmar la ansiedad que le produce no tenerlo, que por la alegría que le pueda dar un like en sí mismo.
Podemos decir que este tipo de comportamientos sí podrían clasificarse como potencialmente adictivos, y sería bueno que se los tratara de esta manera. Muchas personas pueden desconocer que tienen un problema, y todas las ramificaciones que pueden aparecer a partir del mismo.
Si bien uno puede volverse adicto a prácticamente cualquier conducta (en teoría) generar una dependencia de la lechuga resulta menos probable que al chocolate, debido a la facilidad de generar placer inmediato que tiene el último, debido a ciertas características evolutivas que nos hacen especialmente proclives a experimentar placer y excitación ante fuertes dosis de azúcar.
La fuerza de los estímulos producidos por las nuevas tecnologías, sumado a la facilidad de acceder a los mismos de manera casi ilimitada, supone un considerable riesgo de generar conductas adictivas, que no se encuentran presentes de igual manera en otro tipo de comportamiento.
Como sociedad, resulta cada vez más necesario comenzar a tomar conciencia sobre esta problemática, mientras que a los profesionales en salud mental nos toca ponernos al día con los últimos avances sobre los tratamientos más efectivos contra estas adicciones, con el fin de evitar una crisis en salud mental aún mayor.