23 de septiembre del 2021
Nick Nisbett
BRIGHTON, Reino Unido – La covid-19 puso en evidencia numerosas fracturas en los sistemas alimentarios mundiales que dejan a millones de personas en riesgo de inseguridad alimentaria. Al igual que los numerosos fracasos políticos a la hora de afrontar la pandemia, las repercusiones de los fallos del sistema alimentario las sufren tanto los países ricos como los pobres, siendo los más pobres y marginados los que pagan el mayor precio.
Para ser claros, aunque el número de personas desnutridas sigue siendo vergonzosamente alto, se trata de una crisis alimentaria que no solo tiene que ver con el hambre o la hambruna. También existe una crisis silenciosa y creciente de unos 38,9 millones de niños en todo el mundo afectados por el sobrepeso y, en demasiados casos, estos niños se convierten en adultos enfrentándose a una alimentación poco saludable y a enfermedades crónicas asociadas a la obesidad (diabetes, enfermedades cardíacas y algunos cánceres, etcétera).
Junto a esta doble carga de la malnutrición, existe una tercera crisis: el cambio climático, al que la alimentación y la agricultura contribuyen en gran medida, además de ser vulnerables a sus impactos, por lo que amenazan todavía más la seguridad alimentaria del planeta.
La Cumbre sobre los Sistemas Alimentarios de las Naciones Unidas (ONU), que se celebrará este jueves 23 de septiembre en forma totalmente virtual, fue concebida (en la jerga de la ONU) para desarrollar respuestas equitativas, saludables y sostenibles que garanticen que “nadie se quede atrás” mientras “reconstruimos mejor” en el poscovid.
Cuarenta y un mil personas han participado en los diálogos para la Cumbre, pero el proceso se ha visto empañado por continuas críticas, en particular por su inadecuada atención a los derechos humanos, la soberanía de los pueblos indígenas sobre sus propios sistemas alimentarios y los derechos de los trabajadores en todo el sistema alimentario.
Más que nada, las críticas a la Cumbre se han centrado en la inclusión de “grandes empresas alimentarias”, incluyendo nombres como PepsiCo, que fue invitada a “charlas junto al fuego” como parte de la Precumbre en Roma, celebrada en julio.
Por supuesto, las empresas alimentarias son una parte esencial del sistema alimentario.
De hecho, la concentración, la negligencia y el poder desenfrenado de las empresas se habrían identificado como la causa principal de la inercia política, si la Cumbre hubiera realizado primero un análisis de las causas fundamentales de los problemas que han contribuido a la sinergia epidémica de la desnutrición, la obesidad y el cambio climático, todos los temas que la Cumbre pretende abordar.
No cabe duda de que las empresas tendrán que transformarse radicalmente como parte de los cambios propuestos por la Cumbre. Pero no lo harán por sí solas y, desde luego, no lo harán en el marco de acogedoras charlas al aire libre.
SÍ, esto requerirá diálogo, pero el historial de este hasta la fecha es pobre. En muchos espacios globales y nacionales, en lugar de ser “parte de la conversación”, hay pruebas académicas ampliamente documentadas de que las grandes empresas alimentarias intentan moldear los resultados en su interés: hacia medidas voluntarias y promesas vacías, lejos de la regulación (como las etiquetas en la parte frontal de los paquetes) y los impuestos (como los impuestos sobre los refrescos) que han demostrado ser más eficaces para minimizar el daño de los alimentos poco saludables, altamente y ultraprocesados.
Más que nada, las críticas a la Cumbre se han centrado en la inclusión de “grandes empresas alimentarias”, incluyendo nombres como PepsiCo, que fue invitada a “charlas junto al fuego” como parte de la Precumbre en Roma, celebrada en julio.
Por supuesto, las empresas alimentarias son una parte esencial del sistema alimentario.
De hecho, la concentración, la negligencia y el poder desenfrenado de las empresas se habrían identificado como la causa principal de la inercia política, si la Cumbre hubiera realizado primero un análisis de las causas fundamentales de los problemas que han contribuido a la sinergia epidémica de la desnutrición, la obesidad y el cambio climático, todos los temas que la Cumbre pretende abordar.
No cabe duda de que las empresas tendrán que transformarse radicalmente como parte de los cambios propuestos por la Cumbre. Pero no lo harán por sí solas y, desde luego, no lo harán en el marco de acogedoras charlas al aire libre.
SÍ, esto requerirá diálogo, pero el historial de este hasta la fecha es pobre. En muchos espacios globales y nacionales, en lugar de ser “parte de la conversación”, hay pruebas académicas ampliamente documentadas de que las grandes empresas alimentarias intentan moldear los resultados en su interés: hacia medidas voluntarias y promesas vacías, lejos de la regulación (como las etiquetas en la parte frontal de los paquetes) y los impuestos (como los impuestos sobre los refrescos) que han demostrado ser más eficaces para minimizar el daño de los alimentos poco saludables, altamente y ultraprocesados.