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Creando estilos de vida sanos

Conducta antisocial en adolescentes y jóvenes

El incremento de la violencia (bullying, racismo, sexismo…) en los adolescentes y jóvenes pone de relieve la necesidad de analizar la conducta antisocial para obtener información útil de cara al desarrollo de programas de prevención/intervención que fomenten las conductas prosociales, de consideración por los demás, el respeto por las diferencias… e inhiban las conductas discriminatorias, antisociales y violentas. Esta preocupación actual por la conducta antisocial y violenta durante la infancia, la adolescencia y la juventud, que se encuentran en primer plano de los medios de comunicación, está en la base de este estudio.

La conducta antisocial se define como cualquier conducta que refleje una infracción a las reglas o normas sociales y/o sea una acción contra los demás, una violación contra los derechos de los demás. En este estudio se exploran conductas antisociales asociadas al gamberrismo y a conductas de trasgresión de normas sociales en relación con la edad tales como romper objetos de otras personas, de lugares públicos, golpear, pelearse o agredir a personas, copiar en un examen, ensuciar las calles y las aceras rompiendo botellas o vertiendo las basuras, molestar a personas desconocidas o hacer gamberradas en lugares púbicos, gastar bromas pesadas a la gente (quitarle la silla cuando se va a sentar…), decir “tacos” o palabras fuertes, robar, responder mal a un adulto, negarse a realizar las tareas encomendadas...

La última actualización del manual de diagnóstico DSM-V (APA, 2014) sugiere para el diagnóstico de “trastorno de la conducta” haber realizado en los últimos 12 meses, al menos tres de las siguientes conductas: (1) Agresión a personas y animales: acosa, intimida, amenaza, pelea, crueldad física, violación…; (2) Destrucción deliberada de las propiedades de otros; (3) Engaño o Robo: miente, engaña, roba…; y (4) Transgresión grave de normas: falsificar notas, faltar al colegio, salir de noche sin permiso...

Prevalencia de la conducta antisocial

Las tasas de prevalecía varían en distintos estudios epidemiológicos, debido a las diferencias entre clínicos e investigadores respecto al número de los síntomas necesarios para el diagnóstico, la gravedad, al informante (padre, madre, profesorado…) y/o al instrumento de medida utilizado para evaluar la conducta antisocial.

Tomando como referencia los datos aportados por los manuales estadísticos, el DSM-IV (1994) consideró una prevalencia entre 6 % y 16 % en chicos, y entre 2 % y 9 % en chicas. Posteriormente, el DSM-IV-TR (2003) situó la prevalencia por encima del 10 %, y el DSM-V (2014) entre el 2 y 10 %. Un estudio sobre el perfil psicosocial de los adolescentes españoles (Serrano, Rodríguez y Mirón, 1997) reveló que un 80 % estaban frecuentemente asociados a conductas antisociales disminuyendo a medida que la conducta antisocial era más grave. El estudio de Redondo y Sánchez-Meca (2003) concluye que entre el 81.1 % y el 84.6 % de los jóvenes reconoció haber realizado conductas prohibidas/delictivas, aunque fue considerablemente menor el porcentaje que autoinformaron de actos claramente antisociales. El estudio de Rechea (2008) con adolescentes de 12 a 17 años también evidenció que el 72 % había realizado conductas antisociales o delictivas en el último año.

Estos datos muestran la alta participación de jóvenes en actos antisociales. La conducta antisocial es uno de los problemas más habituales en la niñez y adolescencia (muchos menores en tratamiento lo están por agresividad, problemas de conducta y conducta antisocial), es una amenaza para el desarrollo individual y social, y por consiguiente un objeto de estudio de gran relevancia.

Conducta antisocial: diferencias entre sexos

Las investigaciones que han explorado la conducta antisocial en ambos sexos muestran resultados contradictorios. La revisión de Scandroglio et al. (2002) evidenció que los primeros estudios sobre la participación femenina en bandas callejeras juveniles informaban que esta participación era escasa, y que las mujeres manifestaban menos conductas delictivas que los varones. Sin embargo, estudios realizados en las últimas décadas sugieren un mayor nivel de participación de las chicas y también un incremento de sus conductas violentas. No obstante, pese a los cambios evidenciados siguen existiendo diferencias entre sexos.

La mayoría de los estudios han encontrado diferencias significativas con mayor frecuencia de conductas antisociales en los adolescentes varones (D'Acremont, y Van der Linden, 2006Fan, Cheung, Cheung y Leung, 2008García y da Costa Junior, 2008Kim y Kim, 2005López-Romero y Romero; 2010Pelegrín y Garcés, 2009Pérez-Fuentes, Gázquez, Mercader, Molero y García 2011Rodríguez y Torrente, 2003Sagar, Boardley y Kavussanu, 2011Sanabria y Uribe, 2009Scandroglio et al., 2002Seijo, Mohamed y Vilariño, 2008). Otras investigaciones sugieren que estas diferencias son mayores en la infancia (Garaigordobil, Álvarez, y Carralero, 2004), disminuyendo en la adolescencia (Plazas et al., 2010), mientras que algunas no encuentran diferencias entre sexos en la conducta antisocial (Bringas, Herrero, Cuesta, y Rodríguez, 2006Garaigordobil, 2005Vera, Ezpeleta, Granero y de la Osa., 2010), ni en el uso de estrategias agresivas de resolución de conflictos interpersonales relacionadas con la conducta antisocial (Zafirakis, 2015). La reciente revisión de Lanctôt (2015) concluye que hay pruebas sólidas de una brecha entre sexos en conducta delictiva y antisocial, siendo los niños más antisociales que las niñas, sin embargo, la magnitud de esta brecha no es constante en el tiempo o en el espectro del comportamiento criminal o antisocial.

En el debate sobre sexo y género, el estudio de Ma (2005) encontró que: (1) los chicos eran más antisociales que las chicas; (2) La conducta delictiva se relacionaba positivamente con la masculinidad; y (3) La conducta delictiva en el grupo femenino fue significativamente menor que en los otros tres grupos de rol de género (masculino, andrógino e indiferenciado). En similar dirección, Moreira y Mirón (2013) concluyeron que: (1) Los antecedentes de la desviación de ambos sexos eran una débil vinculación a contextos convencionales y pertenencia a un grupo desviado; (2) Estos contextos contribuyen al desarrollo de la identidad de género; y (3) La identidad de género incide sobre la probabilidad de desviación: la feminidad tiende a reducirla mientras la masculinidad (especialmente aspectos socialmente no deseables de la masculinidad) la incrementa.

Conducta antisocial: diferencias en función de la edad

Los estudios que en los últimos años han analizado la evolución de la conducta antisocial con la edad en general confirman que la conducta antisocial aumenta con la edad (Pérez-Fuentes et al., 2011Rechea, 2008), desde la infancia, a la adolescencia/juventud. Se observan puntuaciones más bajas durante la preadolescencia y adolescencia temprana, que aumentan a medida que aumenta la edad -mayores puntuaciones a los 16-17 años que incrementan aún más a los 18- (Sanabria y Uribe, 2009). Bringas et al. (2006) hallaron microdiferencias en comportamientos antisociales en función de la edad que indican que los más pequeños (14-15 años) son los que menos realizan comportamientos correspondientes a actitudes de conflicto, diferenciándose claramente de los otros dos grupos de edad. Los de edades intermedias, 16-17 años, se diferenciaban de los pequeños por realizar más comportamientos de conflictividad normativa y de falta de consideración del otro, aunque las diferencias no fueron significativas. Y los mayores (18-20 años) no se diferencian del grupo intermedio (16-17 años), pero sí de los pequeños (14-15 años), realizando más conductas antisociales que los de menor edad.

Complementariamente, Moffit y Caspi (2001) encontraron que las diferencias de género eran mayores en las personas con comportamientos delictivos que empiezan en la infancia (ratio 10:1) en comparación con las diferencias de género entre las personas que empiezan con actos delictivos en la adolescencia (ratio 5:1). Sin embargo, algunos estudios con niños y adolescentes no han encontrado diferencias con la edad (García y da Costa Junior, 2008Vera et al., 2010).