"Me llevó a experiencias abusivas": el desgarrador testimonio de una mujer adicta al sexo
La adicción al sexo puede ser algo que asocias con clubes de striptease de mala muerte y estrellas de rock ebrias. Pero la realidad es a menudo mucho más compleja que eso. “Esto le puede sucederle a cualquiera, incluso a aquellas que tuvieron una infancia segura y amorosa como yo”, así es como vivió la adicción al sexo una mujer. Aquí, Erica Garza, escritora y autora de ‘Getting Off: El viaje de una mujer a través del sexo y la adicción a la pornografía’, revela cómo es realmente la vida de una mujer con adicción al sexo.
No recuerdo la cara del camarero francés, el número de su distrito o si usó un condón, pero sí recuerdo la vergüenza que inundó mi cuerpo cuando tuvimos relaciones sexuales tan violentas que hubo sangré en su cama. Después, demasiado avergonzada como para pedirle que me pidiera un taxi, deambulé por las calles en plena noche, temblando con ropa ensangrentada, hasta que encontré a otra persona. Fue el primero de muchos hombres con los que dormí ese año para olvidar el desastre que había hecho en mi vida. Cada vez que tenía relaciones sexuales con un extraño, olvidaba por un momento que acababa de arruinar una relación de tres años con un hombre que amaba por un faje con un otro que ni siquiera me gustaba. No era solo el sexo al que era adicta, era la vergüenza que lo acompañaba.
Tenía 12 años la primera vez que hice esa asociación. Acababa de descubrir la masturbación, y pensé que algo tenía que estar mal conmigo, ya que nadie en mi hogar católico-latino habló de sexo. No mucho tiempo después, hice otro descubrimiento vergonzoso pero emocionante: la pornografía. Para cuando era adolescente, el placer sexual se había convertido en un escape efectivo. Llevaba un aparato ortopédico para la escoliosis y sufrí bullying en la escuela, pero llevarme al orgasmo hizo que mis problemas desaparecieran, aunque solo fuera temporalmente. A los 17 años, comencé a tener relaciones sexuales con hombres, y fue entonces cuando comencé a buscar situaciones que me proporcionaran el doble golpe de placer y vergüenza. Fue una mentalidad que me llevó a experiencias abusivas y degradantes, como el encuentro que tuve en París esa noche. La adicción al sexo no es algo que puedas medir, no puedes contar el número de copas o las líneas inhaladas, solamente puedes juzgar la salud de tus hábitos por cómo te hacen sentir, y estos encuentros me hicieron sentir vacía. Pero también me proporcionaron una forma efectiva de ahogar las emociones que no podía enfrentar: ansiedad, apatía y soledad. También lee: Relaciones tóxicas, cuando el remedio es veneno
Fue la inminencia de mi cumpleaños número 30 lo que me llevó a Bali en busca de cambios. Sabía que si iba a romper este ciclo, tenía que comenzar a cuidarme. Tomé yoga y meditación; visite sanadores; leí libros de autoayuda. Y fue ahí, en Bali, donde conocí al hombre que más tarde se convertiría en mi esposo, un compañero de viaje en un camino similar. Conocerlo no era un paso libre para una relación sana con el sexo. Pero hablar abiertamente sobre mis patrones de comportamiento poco saludables me dio la fuerza que necesitaba para cambiarlos. Animada por su apoyo, asistí a mi primera reunión de 12 pasos para la adicción al sexo, busqué terapia y comencé a escribir sobre mis experiencias. En retrospectiva, puedo ver que la vergüenza es alimentada por el silencio, y es por eso que yo quiero romper la mía.
Cuando estaba en las primeras etapas de recuperación, dejé de ver pornografía y me comprometí con un estilo de vida estricto y monógamo. Pero al hacerlo, comencé a sentir que estaba cortando una parte de mí misma. Todavía quería ser una persona sexualmente experimental y de mente abierta, pero no quería lastimar a las personas que amaba ni a mí misma. Donde solía cerrar y escapar, ahora discuto y exploro. No puedo decir que nunca cederé a los sentimientos de vergüenza, pero ya no es la fuerza impulsora de mi sexualidad. Una narrativa común sobre la adicción al sexo es que a menudo va seguida de dolor y trauma, pero ese no es siempre el caso. Puede sucederle a cualquiera, incluso a aquellos que tuvieron una infancia segura y amorosa como yo. Pero los sentimientos que lo impulsan son una compleja red de emociones que puede ser difíciles de eliminar. A veces es simplemente más fácil buscar un golpe de dopamina del placer sexual que preguntarse por qué lo está haciendo.
De acuerdo con la Dra. Sarah Vodhra “si bien la adicción al sexo aún no se ha reconocido formalmente como un diagnóstico de salud mental, tiene un impacto significativo en el bienestar emocional y mental de las personas afectadas por ella”. No se trata simplemente de tener un “elevado deseo sexual”, te sientes consumido por la necesidad de tenerlo. Los adictos al sexo no tienen control sobre sus impulsos y pueden quedar atrapados en situaciones de riesgo; puede ser increíblemente angustiante y aislante. Las víctimas pueden incluso desarrollar problemas de salud mental como ansiedad y depresión con el tiempo. El tratamiento abarca desde terapia y asesoramiento hasta posiblemente medicamentos para el tratamiento de los problemas de salud mental asociadas.