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Creando estilos de vida sanos

"Nomás no le vendí el alma al diablo porque no lo encontré": Testimonios de adictos a drogas, porno y alcohol

"Apenas la fumas, la piedra te da un cosquilleo que te corre de la punta de los pies hasta la cabeza; entra dentro de ti una tranquilidad, una paz interior que hace que se te olviden los problemas, como si estuvieras en las nubes", cuenta uno de los usuarios de drogas y alcohol del Centro de Asistencia y Rehabilitación, Cottolengo, en Mérida, Yucatán. Un centro que no tiene candados, ni cadenas, ni bardas que superen el metro y medio de altura; sus puertas permanecen abiertas las 24 horas del día y la atención y los servicios son gratuitos.

"Nadie llega a la fuerza, nos podemos ir cuando se nos hinche un huevo", dice Julio, "¿te gusta la mota, la cerveza?", me pregunta para conocerme más. Julio ?consumidor de piedra y alcohol?  concluyó hace cuatro años el programa de nueve meses de rehabilitación y, al igual que todos los que no tienen hogar, tuvo la oportunidad de quedarse a vivir en una vecindad ubicada en uno de los extremos de las instalaciones tipo hacienda de Cottolengo.

Cuando el sacerdote Raúl Kemp fundó el centro —30 años atrás— lo hizo para atender, preferentemente, a alcohólicos en situación de calle. Con el paso de los años los "adictos a la piedra" (cocaína fumada) representan un número igual o mayor a los alcohólicos; mientras la bebida es propia de los hombres mayores de 50 años, la piedra o crack lo es entre quienes tienen entre 18 y 40 años.

Estos son los testimonios de algunos "enfermos de las emociones", como el padre Kemp llama a los que padecen alcoholismo y drogadicción. "No sabes controlar el miedo, el dolor, la ira; estás triste, te drogas; estás contento, te drogas; estás deprimido, te drogas; estás aburrido, te drogas", cuenta alguien desde la tribuna para ejemplificar lo que es estar enfermo de las emociones. Los relatos fueron recopilados en el grupo de Alcohólicos Anónimos Fátima, construido junto a la mencionada vecindad y una cocina colectiva. A este grupo acuden tanto personas ajenas a Cottolengo, como aquellas que aún se encuentran en el periodo de rehabilitación, o que concluyeron los nueve meses pero se quedaron a vivir ahí, como Julio que lleva cuatro años. Es el mismo caso ?entre otros? de quien apodan,  Campanita, de 35 años: un abogado que laboraba en la secretaría de seguridad pública de Playa del Carmen, Quintana Roo.

"Trabajaba en el jurídico, cuando llegaban por venta o consumo de piedra se las confiscaba, pero los dejaba ir; hablaba a mi jefe por teléfono y le pedía permiso para irme a mi casa porque me sentía mal; lo que hacía era fumarme toda la piedra", me cuenta Campanita, quien esta noche coordinará la tribuna. Los últimos meses los pasó en Chetumal conduciendo un taxi, preguntándose: "¿cómo demonios terminé de  ruletero?" La respuesta: "Me enganché en la piedra".