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Creando estilos de vida sanos

'El salvador de los gorditos' que ahora ayuda a personas con sobrepeso

–Señor, ¿usted va a montarse en este avión?
–Sí, claro.
–¿Y va a viajar en silla o por la bodega? (Risas).

Salvador Palacio recuerda el breve intercambio de palabras que sostuvo con un hombre y una mujer en un aeropuerto hace más de 13 años, cuando todavía pesaba más de 200 kilos.

Por esa época le era difícil encontrar un asiento de un restaurante en el que pudiera caber, y cuando lo conseguía y pedía que le prestaran el baño, la respuesta siempre era negativa.
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Además del rechazo social del que era víctima a causa de su apariencia, sentía asfixia y se fatigaba caminando; le dolían las rodillas y la columna. La ansiedad, el estrés y la depresión eran un agobio en aumento.
Incluso, se veía forzado a cambiar de vivienda frecuentemente por cuenta de la apnea obstructiva del sueño. “Legaba a una unidad residencial y a los seis meses me tenía que ir porque no dejaba dormir a nadie con mis ronquidos”, dice.

A los 38 años ya era obeso mórbido y su vida estaba en riesgo; aunque no había sufrido el primero de los tres infartos que lo obligarían a cambiar su manera de vivir

 “Mi masa corporal era de 60, mi talla era 3XL, 4XL. Había sido modelo de ropa de gordos, pero me quitaron el contrato porque seguí aumentando”.

Hoy, al entrar en su consultorio en un local de Chapinero, en Bogotá, cuesta imaginar que quien está sentado es la misma persona que aparece en fotos impresas en portarretratos.

En una de las imágenes se ve a un hombre con el torso desnudo. De su cuello y pecho cuelgan bultos de grasa envueltos en piel. Como la cera de una vela que se derrite, del abdomen desciende una masa voluminosa hasta abajo de su cintura. En la otra foto, una camiseta azul clara cubre las protuberancias y se ensancha hasta tomar la forma de la ladera de una montaña.

“Es difícil ser obeso en Colombia. Hay un señalamiento continuo y una discriminación en una sociedad en la que no caben los gordos”, asegura Salvador, ahora con 68 kilos, acordes con su estatura de 1,70 metros.

Es difícil ser obeso en Colombia. Hay un señalamiento continuo y una discriminación en una sociedad en la que no caben los gordos.

En el overol azul oscuro que tiene puesto está escrito su nombre, debajo del cual se leen las palabras ‘Motivador y terapeuta’. “Yo no soy médico; soy un ser humano que vivió la experiencia de la obesidad mórbida. Estuve al borde de la muerte. Llegué a pesar más de 200 kilos”, explica.

Él es el director de la Fundación Gorditos de Corazón, que creó en 2006 con el propósito de ayudar a quienes padecen sobrepeso, obesidad y trastornos alimentarios.

Su objetivo es evitar que las personas que acuden a él en busca de esperanza lleguen a la situación extrema que él sufrió, y que lo puso a los 40 años ante la atemorizante –luego sería también inevitable– perspectiva de tener que someterse a un bypass gástrico.

Por esa época en la que era visitador médico y trabajaba con laboratorios farmacéuticos ya había padecido tres infartos. “Cada mes aumentaba entre cuatro y cinco kilos, pero no me daba cuenta. Era comedor compulsivo”, cuenta. Y confiesa haber sido adicto al chicharrón, las salchichas, las hamburguesas, los perros calientes, las gaseosas y el sedentarismo.

Nacido en Medellín, en su infancia había crecido con los contundentes desayunos antioqueños: calentado con arroz, fríjoles, papa, chorizo. A los 17 años ya tenía sobrepeso y las cosas solo empeoraron con el tiempo.

“A diario me comía cuatro o cinco desayunos paisas y dos o tres pollos. Por la noche yo podía llegar a hacer una olla de arroz, fritar dos libras de salchichas, una libra y media de costilla y me tomaba cuatro botellas de litro y medio de gaseosa”.

Salvador se había criado en una familia campesina de “hábitos pocos saludables”, en la que los padres y sus seis hijos eran obesos. “Como muchas familias de Colombia, mis papás pensaban que un niño gordito era un niño sano. Mi madre murió diabética y obesa a los 68 años y mi padre, de un infarto a los 66. No los pude salvar”, lamenta.

Una nueva misión

La lucha contra la obesidad que mató a sus padres y casi acaba con él se ha convertido en una obsesión para este hombre de 52 años, que ha trabajado con unas 20.000 personas afectadas por los rigores del sobrepeso, la obesidad, los malos hábitos, el estrés y la ansiedad.

Para enfrentar esta batalla se ha aliado con médicos, nutricionistas, psicólogos y profesionales de otras disciplinas en Colombia y otros países, que ayudan a los pacientes a encontrar una solución integral a sus problemas.
A partir de su experiencia, creó el método CME (Cuerpo, Mente y Emociones), mediante el cual empodera a las personas para que se comprometan a cambiar.
“A usted lo operan de su estómago, pero en el cerebro no entra el bisturí”, reflexiona.