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Creando estilos de vida sanos

Pasar esta enfermedad, esta m**rda (no tiene otro nombre), es duro, durísimo, pero cuando te caes, te levantas y caminas…te hace sentir orgullosa.

A día de hoy puedo decir que ya voy de cena con amigos y no pienso si la carne llevará salsa o si no habrá ensalada, soy capaz de salir de un plato y disfrutar la noche con mi gente, tampoco pienso en mi digestión. He vuelto a reír a carcajada limpia por tonterías, en casa ya no ven tristeza en mis ojos, bailo haciendo el chorra con mi hermano, entendí que el light no tiene sentido ni para un diabético, si hay un mal día respiro y se que mañana irá mejor, tengo fuerza para luchar por lo que quiero, centro mis energías y mi tiempo en lo que me ilusiona, entendí que el amor no es dejarte cuidar, que va más allá, primero me amaré y luego lo compartiré.
Disfruto secándome el pelo de noche con una vela y una canción que me hace sentir bien, bajo la ventanilla del coche y sonrío cuando el aire mueve mi pelo como un videoclip de Beyoncé, bailo dentro de los probadores de las tiendas donde tantas lágrimas derramé por una talla arriba-abajo, me voy de cañas y pico sin contar el número de cacaos , me como la chocolatina que me ofrece un nene de madre suiza, soy capaz de parar y tomar conciencia de donde estoy, si siento frío o calor, a que huele, que se siente…porque no puedo parar el tiempo y quiero que la vida no me pase de manera fugaz, quiero vivirla, disfrutarla, bailarla…quiero exprimirla.
No me olvido del 10 de junio de hace ya 3 años atrás, cuando en la cena fastidié el cumpleaños de mi padre, sí, por una ensalada, no se si recuerdo por la salsa o si fue el picoteo, en fin, discutiendo con ellos acabamos todos llorando…Esa noche lo hablamos: era hora de buscar ayuda.
A día de hoy “bendigo” esa noche, esa “mala noche”. Caí en manos de excelentes profesionales, ya hace 3 años de aquello y puedo asegurar que durante todo el tratamiento tuve ganas de abandonar alguna vez, pero siempre había un relato, un recurso, una frase o un silencio que hacía que siguiese luchando. Para mi era como desnudar el alma y confiar, sentía que cada vez que iba a consulta salía peor, era como el refrán “al remover la mierda esta huele”, y así era. El tratamiento no es una dosis en comprimidos o un gotero…es energía, constancia, fuerza, voluntad, apoyo, y sí, mucho lloro, ansiedad y miedo. Sorprendentemente siempre había un recurso para cada una de las etapas, para cada miedo. Te desnudas, confías y te abres ante dos personas desconocidas para que te ayuden a salir de tu infierno que tiñe tu casa, tu familia y tu mirada.
Pasar esta enfermedad, esta mierda (no tiene otro nombre), es duro, durísimo, pero cuando entre tantas lágrimas, tanto sufrimiento caminas, y caminas, caes, te levantas, lloras y caminas…te hace sentir orgullosa, creer en ti, puedes con esto y con más.

Antes de empezar todo el tratamiento creía firmemente que era imposible que una persona con toda esta “parafernalia” en la cabeza pudiese recuperarse y salir, ahora puedo decir que sí, se sale. Las voces se apagan, el pincho y caña a las 17h de la tarde dejan de ser un problema, la comida no es el centro de tu vida y aprendes a dejar de ser tan esclavo de tu cuerpo.
Vivimos rodeadas de dietas milagro, operaciones bikini y ángeles de Victoria Secret y debo reconocer que a día de hoy es una lucha interna para que todo esto no cale y la enfermedad no vuelva a abrazarte, ni tan siquiera rozarte.
Agradezco la calma, el silencio tras un cambio de talla por una variante de pantalón o después de comer un helado en buena compañía. La sensación es como el alma envuelta en vaselina. Puedo decir que he aprendido a conocerme, pero sobre todo a escucharme.
Saco muchísimas cosas positivas que me han hecho crecer y que me han enriquecido. Puedo decir que soy feliz y no lo cambio por un par de tomates.