Sentí cómo nos expulsaban de nuestra propia colonia
a gentrificación nos ha afectado no solo en lo económico, sino en lo emocional. Ha sido tan fuerte que he pensado hasta en dejar todo, pero como mamá no puedo rendirme."
"Mi hija una vez me preguntó si íbamos a vivir en la calle. Eso me partió el corazón. Verla llorar por algo que yo no podía evitar… mi papá solo decía que Dios nos ayudara, pero lo he visto llorar a escondidas."
Angélica y su familia vivían desde hace generaciones en una colonia de clase media-baja de la Ciudad de México. Cuando llegaron los proyectos inmobiliarios y el turismo llegó a la zona, los precios de las rentas se dispararon. Muchos vecinos fueron desplazados.
"Buscamos por todos lados: Tlalnepantla, Tenayuca, Iztapalapa, Ecatepec… todo está igual. No hay opciones dignas para nosotros. Sentí que todo esto es humillante, es clasismo puro en su máxima expresión."
En su relato, muestra cómo los propietarios prefieren rentar a extranjeros o personas con mayor poder adquisitivo, incluso cobrando en dólares y poniendo requisitos imposibles para quien gana salario mexicano promedio.
"Este fenómeno polarizó mucho: acompañaron extranjeros con privilegios, quienes vienen y acá tratan a los trabajadores mexicanos como servidumbre. Y muchos de nosotros ni siquiera tenemos derecho a opinar sobre qué pasa en nuestra colonia."
Angélica denuncia que mientras los colonos originales pierden espacios públicos y comunitarios, esos sitios son reemplazados por cafés gourmets y restaurantes dedicados a los recién llegados. Esto ha erosionado la identidad del barrio.
"Lo peor es que la situación no parece tener freno. Las rentas ya ni siquiera las alcanza la clase media. Solo quedan mini departamentos que se vende uno por 9 millones de pesos… y se ofrecen para Airbnb."
El impacto va más allá de lo económico. Existe un profundo desgaste emocional por la pérdida del sentido de comunidad, el miedo a no encontrar dónde vivir y la constante sensación de que ya no pertenecen a su propia colonia.