La anorexia no era solo dejar de comer, era dejar de sentir
“Durante años pensé que tenía el control. Contaba calorías, evitaba comidas sociales y me obsesionaba con mi peso todos los días. Lo que no veía era cómo me estaba apagando poco a poco. Perdí amistades, energía, y casi pierdo la vida. La comida se convirtió en mi enemigo, y yo misma en mi mayor crítica. No fue hasta que toqué fondo —con 39 kilos y el corazón al borde del colapso— que acepté que necesitaba ayuda. El proceso de recuperación ha sido largo y doloroso, pero también ha sido la experiencia más valiente de mi vida. Hoy entiendo que merezco alimentarme, no solo de comida, sino de afecto, de paz y de respeto por mi cuerpo.”
— Andrea M., 27 años, en recuperación desde 2022