07 de febrero del 2020
Ser investigador es duro. La presión por publicar nuevos artículos es máxima, hasta el punto de que el número de estudios que uno culmine se ha convertido en el indicador más común de su valía profesional. "Publica o perece", reza la máxima. Por eso, cuando un grupo de investigadores se propone estudiar si trabajar incontables horas te convierte en un adicto al trabajo, sin más matices, vale la pena conocer sus conclusiones: al fin y al cabo, se estudian a sí mismos.
La pregunta se la hicieron tres académicos de universidades estadounidenses, quienes evaluaron cómo afectaba la jornada laboral de 763 empleados de una empresa de consultoría financiera a su salud. El objetivo era saber cómo viven quienes alargan su jornada más allá de las 40 horas semanales, y cómo afectaba el hábito a su bienestar. Por una parte, los sujetos respondieron una encuesta sobre la percepción subjetiva que tenían de su salud y, por la otra, fueron sometidos a un chequeo médico. La idea del experimento era dilucidar hasta qué punto se sostiene la idea ampliamente aceptada de que demasiado trabajo mata. Concretamente, estudiaron si el hábito está relacionado con factores de riesgo de enfermedades cardiovasculares, una causa de muerte más común entre las mujeres porque no conocen sus síntomas específicos.
Según sus conclusiones, no es el exceso de trabajo lo que te consume, sino la forma en la que lo afrontas mentalmente. Los trabajadores para quienes sus tareas no suponían un peso con el que cargaban constantemente, incluso cuando estaban en sus momentos de ocio, no tenían una salud especialmemte resentida a pesar de dedicarle hasta 65 horas semanales. Una de las características que tenían en común es que estaban comprometidos con su trabajo, les llenaba. Por el contrario, los académicos también observaron que hay personas que no son capaces de desconectar del trabajo aunque dediquen a esta tarea menos horas. Son el tipo de trabajador que sí mostró factores de riesgo en los chequeos y que manifestó pensamientos depresivos, así como dificultades para conciliar el sueño, en los cuestionarios.
Se suele afirmar que un trabajador sano es aquel que sueña con esquiar mientras está en la oficina. El workaholic, o adicto al trabajo, es el que, mientras esquía, piensa en la de cosas pendientes que tiene en la oficina. Eso no es sinónimo de dedicar muchas horas a las tareas laborales, pero no puede obviarse que quien trabaja demasiadas horas debería plantearse si es adicto, porque nadie se lo va a decir. "En este tipo de adicción nos encontramos el agravante de que socialmente se aplaude que uno se involucre mucho en su trabajo. El problema es cuando del compromiso saludable con tu profesión se pasa a una obsesión por hacer más y más. Y no siempre hablamos de empleados explotados, muchas veces se trata de profesionales de éxito. Esto favorece que esa situación se prolongue en el tiempo sin que su entorno sea consciente del problema", explica la psicóloga Pilar Conde, directora técnica de Clínicas Origen.
La buena noticia es que, como pasa con otras adicciones, de esta también se sale. La mala, que cuesta mucho detectarla. ¿Quién osaría llamar adicto a un ejecutivo de traje a medida, entregado a lograr los objetivos de su equipo hasta el infinito y más allá? ¿O a ese creativo que puede pasarse varios días sin quitarse el pijama, delante del ordenador, durmiendo poco y rediseñando una y otra vez el mismo proyecto?
Con todo, en este tipo de adicción hay grados que la psicóloga Cecilie Schou Andreassen y su equipo de la Universidad de Bergen establecieron en una escala, en 2012. La escala Bergen mide el grado de adicción al trabajo mediante un cuestionario que recoge diversos puntos críticos. El sujeto debe responder 'nunca, rara vez, a veces, a menudo o siempre', y las respuestas permiten catalogar la conducta ante el trabajo en 7 grados: sobresaliente (preocupado por el trabajo), modificación del carácter (ir a la oficina como vía de escape o para evitar la disforia), tolerancia (aumentar cada vez más la carga de trabajo para lograr idéntica satisfacción), síndrome de abstinencia (ansiedad cuando no se puede trabajar), conflicto (choque con otras personas del entorno), recaída (tras un período de mejora, por ejemplo, unas vacaciones, vuelve a los mismos patrones enfermos de antes) y problemas (afecta negativamente a la salud, ocio, vida personal…)
Las preguntas son aparentemente simples: ¿Piensas en cómo sacar más tiempo libre para trabajar más? ¿Pasas mucho más tiempo en el trabajo de lo previsto? ¿Trabajas para reducir sentimientos de culpa, ansiedad, impotencia o depresión? ¿Te han recomendado trabajar menos, pero no has hecho caso? ¿Te estresas si te prohíben trabajar? ¿Has llegado a cancelar o a dejar en segundo lugar tus aficiones, el ocio o el ejercicio físico debido al trabajo? ¿Trabajas tanto que afecta negativamente a su salud (insomnio, sobrepeso...) La investigación concluye que responder 'a menudo' o 'siempre' en, al menos, cuatro de las preguntas, denota síntomas evidentes de adicción al trabajo.
Un estudio posterior de la misma psicóloga ajustó el retrato robot del adicto: el 82,5% vive en pareja, pero o no tiene hijos o no tiene la responsabilidad en su cuidado (57%). Y hace claras recomendaciones: las empresas deben vigilar que los empleados no se excedan de las horas que marca su convenio. Lo contrario acaba volviéndose en contra de la propia compañía, en términos de enrarecimiento del entorno laboral y bajas por sobrecarga laboral.
"Cuando una persona nos solicita ayuda para tratar el estrés laboral, el primer escollo es poner el límite al trabajo fuera de la oficina, ya que lo normal es que sigan teniendo acceso a los correos electrónicos de trabajo y a grupos de Whatsapp profesionales. Y que los consulten de manera compulsiva a cualquier hora. Más aún, tienen la necesidad de seguir teniendo cosas por hacer. Lo contrario les genera ansiedad, irritabilidad o insomnio. En terapia les enseñamos a marcar los límites entre el trabajo y la vida personal, estableciendo horarios y gestionando aquellos temores que les llevan a no poner dichos límites". Y es que, por duro que parezca, nadie es indispensable para que una empresa tire hacia delante. Pero, para tu vida, eres insustituible.