13 de enero del 2020
Anónimo
La «adicción a internet» es el nuevo miedo sin pruebas, el coco que se come a nuestros niños, la historia que a los medios tradicionales les gusta contar y amplificar. No existe ningún tipo de prueba de ninguna patología ni ha sido jamás tipificada como tal: hablamos simplemente de un conjunto de mala educación, de falta de control en la asignación de prioridades de padres y educadores, y de un dispositivo, el smartphone, tan multifuncional y tan intensamente versátil, que recoge infinidad de usos que antes llevábamos a cabo utilizando muchos otros.
¿Existen personas «adictas a internet»? No. Lo escuches las veces que lo escuches, la «adicción a internet» no existe, y no porque lo diga yo, sino porque lo dice la American Psychiatric Association, que se ha negado desde hace años a incluir esa absurda invención a pesar de las presiones de muchos que pretendían ganar dinero «curando» ese supuesto «desorden». Lo sabe el Royal College of Psychiatrists, que nunca lo ha incluido en su International Classification of Diseases, y lo saben los expertos en patologías de adicciones a todos los niveles. No, la «adicción a internet» no existe, y siempre que escuches el término en las noticias o en boca de alguien, puedes descartar todo lo que venga después.
¿Existen personas que lo usan internet demasiado? Demasiado, ¿comparado con qué? Posiblemente haya casos de exceso de uso, como antes había personas que veían demasiado la televisión o que se pasaban el día dedicándose a una sola actividad. En el caso del smartphone, una persona «que lo consulta cada poco tiempo», síntoma que parece asustar tanto a algunos, puede estar jugando, comunicándose, monitorizando el precio de una acción, viendo la predicción del tiempo, mirando un mapa, escribiendo, haciendo o retocando una fotografía, leyendo un periódico o un libro, escuchando música, aprendiendo con un chatbot sobre política francesa, viendo fotos de sus amigos, mirando la hora, adquiriendo una entrada de cine, pagando el aparcamiento, haciendo una reserva en un restaurante, consultando su billete de tren o avión, traduciendo un texto, pidiendo un taxi, y se me quedarían en el tintero varios miles de usos posibles más. ¿A qué dicen que es «adicto» esa persona exactamente? ¿A la vida?
Internet, en realidad, es un medio, no una actividad como tal, aunque a mucha gente que nació antes de internet le parezca que «todo es lo mismo». Si pasas mucho tiempo apostando en internet, es posible que pierdas mucho dinero y que te provoques daño a ti mismo y a las personas que te rodean, pero lo que tendrás, como cualquier psiquiatra podrá certificar, es una adicción al juego, no una «adicción a internet». Si pasas las horas comprando en internet, es posible que tengas una adicción a las compras, pero en modo alguno una «adicción a internet». Hablar de «adicción a internet» es tan absurdo como hablar de «adicción a la calle»: internet es un vehículo, no un desorden de ningún tipo. Podemos hablar de adicciones a sustancias, de adicciones conductuales, e incluso de que algunos comportamientos susceptibles de generar adicción se desarrollen a través de internet como antes se podían desarrollar a través de otros medios. Pero no de «adicción a internet» como tal.
¿Qué problema tiene sacar el smartphone del bolsillo más de un número determinado de veces al día? ¿De verdad resulta de alguna manera «raro» que me encuentre incómodo cuando no tengo acceso a internet, cuando internet es una de las formas más adecuadas y convenientes de relacionarse con el mundo? ¿Por qué estúpida razón viene un medio de comunicación a definirme como «adicto» por ello? ¿Qué pavorosa cantidad de sinvergüenzas pretenden ganar dinero asustando a personas inventándose una supuesta enfermedad, para seguidamente ofrecer «curas» y terapias milagrosas para la misma? ¿Qué interés tiene una cadena de televisión en definir el uso del smartphone como una adicción, aparte de que empleemos más tiempo viendo sus contenidos y no otros?
¿Hay adictos? Por supuesto, los ha habido siempre. A todo. Pero afortunadamente, suponen un porcentaje generalmente muy pequeño de la población. ¿Hay ludópatas? Sí, los ha habido siempre, y posiblemente, el hecho de que ahora se pueda desarrollar esa actividad a través de la red, que elimina muchos de los frenos sociales y de la fricción que antes existía para ello, pueda llevar a un incremento en el número de casos. ¿Hay otakus que se obsesionen con un juego y abandonen otros hábitos sociales? Sí, pero no es un problema de la red como tal, mucho menos una «adicción a internet», e incluso el término ha perdido la práctica totalidad del componente peyorativo que pudo tener.
Como padres, tendremos que preocuparnos, como lo hemos hecho siempre, de enseñar a nuestros hijos que existe una cosa para cada momento y un momento para cada cosa. Que hay que gestionar bien nuestros prioridades y valores. Que no pueden jugar todo el día, que no pueden pasarse todo el día pendientes de lo que hacen sus amigos, o que no pueden dejar de hacer ciertas obligaciones porque están haciendo otras actividades que les resultan más placenteras. Habrá que enseñarles educación, como se ha hecho toda la vida: de pequeños, por mucho que quisiéramos o nos gustase, no nos dejaban jugar todo el día, ni pasarnos toda la visita a casa de nuestros abuelos mirando por la ventana y sin dirigirles la palabra. Educación. Algunos han pensado que ya viene programada, que se puede hacer dejación de responsabilidad porque «eso de educar» es muy pesado. Es más cómodo, si el niño da el coñazo, darle el smartphone con un juego y «apagarlo». Y después vienen y se quejan de que sus hijos son «adictos»: no, lo que son es unos maleducados. Esos padres hablan de «adicción a internet» porque eso les descarga muy convenientemente de una parte importante de la responsabilidad de no educar a sus hijos: «yo les educaría, pero no puedo, porque son adictos». Ya, claro.