10 de octubre del 2019
Anónimo
Dos y media de la tarde, Marta sale de su oficina y pasa por el supermercado a comprar comida. Llena rápidamente su cesta y corre a coger el metro. En su bolsa de la compra asoma una barra de pan integral, pero ella hunde su brazo hasta el fondo y asoma una sonrisilla cuando reconoce, con sus dedos, la caja de galletas con pepitas de chocolate.
Al llegar a su parada decide guardarla en el mismo sitio donde la dejó. Se ha esforzado en no comerse las dos últimas galletas para acallar el sentimiento de culpa que empieza a aflorar. Cuando llega a casa descubre que su compra le ha vaciado el bolsillo, pero no ha llenado la nevera. Ha comprado toda clase de snacks y chucherías y se deja caer en la silla del comedor. ¿Qué ha pasado?
La adicción es un fenómeno psicosocial, pero también está patente en nuestra propia biología animal. La activación de los circuitos de recompensa nos ha permitido sobrevivir en épocas muy remotas, pero puede resultar un problema en nuestra era de la rapidez y el consumismo.
Los mecanismos neurológicos implicados en las adicciones se van conociendo de manera paulatina y en la última década se ha tenido un conocimiento más detallado sobre los neurotransmisores, receptores, centros de recompensa y los fenómenos moleculares que ahora llamamos "neuroadaptación".
El área tegmental ventral y el núcleo accumbens constituyen los centros de recompensa en nuestro cerebro. Son centros liberadores de dopamina, el neurotransmisor que es el principal modulador de las respuestas en estos centros de recompensa, que nos dan esa sensación de placer, aunque existen otros.
En un estudio con ratas de laboratorio, se les suministró una dieta intermitente con azúcar, mediante una solución de sacarosa, y alimentación normal. El azúcar fue bebido por los roedores de una manera compulsiva. Y estas ratas también tomaron su dieta normal, pero mostraron un patrón de alimentación similar al atracón, con síntomas asociados como la ansiedad y la adicción.
Un mes después se analizaron las uniones de la dopamina con sus receptores neuronales. Se comprobó que la percepción del sabor dulce ya disparaba la producción de dopamina en el momento de la ingesta, y que al unirse a los receptores era responsable de la sensación de placer.
Además, la cantidad de receptores de dopamina había aumentado significativamente en las ratas sometidas a la dieta con azúcar.
El estado que mostraban las ratas era similar a la dependencia de drogas en varias dimensiones, ya que el aumento de receptores también se da con las drogas adictivas. Y produce el "síndrome de deficiencia de recompensa", es decir, se necesita un estímulo cada vez mayor para poder disfrutar el placer.
Así como las drogas de abuso (cocaína, heroína, metanfetamina, etc.) causan un aumento de los niveles de dopamina en el núcleo accumbens, en ensayos con animales la ingesta de azúcar causa una acción similar.
En el caso del ser humano, se perdería la capacidad de disfrutar de las cosas sencillas, cotidianas y nos veríamos abocados a buscar ese placer en aquello que nos hace entrar en el círculo vicioso: es la adicción en términos biológicos.
El núcleo accumbens y el área tegmental ventral tienen conexiones recíprocas con la corteza prefrontal y la región límbica, que son poderosos centros moduladores de la conducta y las emociones.
Los estímulos que producen recompensa son diversos e incluyen sustancias como el alcohol, la nicotina, el opio y sus derivados, la cocaína, los cannabinoides y las anfetaminas.
Los sistemas de recompensa también son estimulados de forma natural por los alimentos, el sexo y el afecto. Las conductas de recompensa pueden ser estimuladas de forma positiva o negativa.
El reforzamiento positivo hace cíclica e infinita la búsqueda de esa sustancia que nos da placer tras su ingesta o administración. En el caso del reforzamiento negativo, se busca la sustancia para aliviar el dolor, la depresión y la ansiedad.
La ingesta de alimentos dulces se ha asociado con la analgesia en los seres humanos. La sacarosa se suele administrar clínicamente a los bebés prematuros en la UCI neonatal para proporcionar analgesia durante las punciones en el talón, que se realizan rutinariamente para tomar muestras de sangre.
Esta práctica se basa en la evidencia de que la administración oral de las soluciones de sacarosa y los edulcorantes artificiales disminuyen el llanto y la frecuencia cardiaca en los lactantes sometidos a pinchazos en el talón.
Desde una perspectiva clínica, la adicción del azúcar es sinónimo de ansia de carbohidratos. La ingestión de azúcares simples conduce a un aumento de producción de serotonina y, por tanto, a un estado de ánimo calmado tras su ingesta.
En algunos individuos, los alimentos ricos en azúcar son poderosos adictivos y su retirada puede alterar como si se tratara de un opioide, ya que tiene dos manifestaciones neuroquímicas similares:
Cuando la glucosa alcanza el torrente sanguíneo, sentimos una explosión de energía, rápida pero fugaz, ya que esta da paso a la depresión en cuanto comienza a bajar sus niveles en sangre.
Notamos de inmediato una pesadez que nos impide realizar una actividad física o psíquica, nos sentimos cansados y apagados.
El nivel de estrés provocado por la glucosa es dependiente de la cantidad ingerida. Si nos rendimos y seguimos tomando azúcar, no bien termina una crisis empieza otra.
Los resultados finales de las crisis acumulativas, generadas a lo largo de nuestra vida, son unas glándulas adrenales enfermas, agotadas por un estrés cíclico y constante. La alteración funcional del sistema endocrino, desequilibrado, se refleja en todo el circuito endocrino.
Muy pronto el cerebro puede encontrarse en dificultades para distinguir la necesidad real de la irreal; estamos expuestos a volvernos ansiosos. Cuando el estrés se interpone en el proceso, nos desmoronamos porque no tenemos ya un sistema endocrino en condiciones para enfrentase a cualquier contingencia.
Día a día nos encontramos con una falta de eficiencia, siempre cansados, no logramos hacer nada, en realidad estamos sufriendo un “sugar blues” (o depresión del azúcar).
Aquellas personas cuyas neuronas dependen totalmente de la cantidad de azúcar en sangre en cada momento son quizás las más susceptibles de sufrir este tipo de daños, aunque el grado de la dependencia y sus consecuencias dependen de cada persona.
Uno nunca se sabe atrapado por el anzuelo de la adicción hasta que intenta dejar de hacer algo. Entonces uno descubre que su cabeza no dirige las cosas. Es solo entonces cuando nos reconocemos adictos al azúcar, y mucho.
¿Cómo deshacernos de ese hábito que arrastramos desde la infancia? Podemos cambiar un hábito que no nos conviene por otros saludables que nos producen un placer similar y están libres de efectos secundarios.
Podemos reprogramarnos para llevar una vida lo más sana posible, con un poco de imaginación, y con paciencia y tesón, buscando aquello que nos guste sin que nuestro organismo sufra las consecuencias: un abrazo, una ducha caliente, escuchar la risa de tus hijos, tener un sueño bonito...
Piensa que el antojo de tomar más y más dulces puede estar enmascarando la necesidad de afecto, atención o de seguridad. Es necesario que nos planteemos cuáles son nuestras necesidades reales para no sustituirlas por dulces. Satisfacer nuestras necesidades reales será mucho más sano.
Siete y media de la tarde, Marta ha decidido salir antes del gimnasio para pasarse después por el mercado. Su cesta se llena más despacio que de costumbre, pasa por cada puesto eligiendo cada producto con detenimiento.
Se sienta en el bus. Echa una mirada abajo y ve asomar unas deliciosas manzanas que han sido su capricho del día. En su rostro de refleja de nuevo su sonrisa, que se mantendrá viva durante todo el día.