17 de March del 2016
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Afirma Kari Poikolainen: “Para convertirte en adicto a algo, primero debes ser capaz de obtenerlo; después tienes que probarlo; te debe gustar instantáneamente o puedes aprender a que te guste, y debes comenzar a pensar que lo necesitas”. La definición común de adicción se aplica principalmente cuando se habla de sustancias tales como la cocaína, la heroína, la morfina, el alcohol o la nicotina. Sin embargo, de vez en cuando escuchamos decir que se puede ser adicto al sexo, a las apuestas, al café, al ejercicio, al trabajo, e incluso se ha especulado que el amor romántico en su fase de enamoramiento también puede ser una adicción. ¿Qué es lo que dice la ciencia al respecto?, ¿acaso el deseo intenso de un enamorado por su amante tiene las mismas bases cerebrales que el deseo de un adicto por una droga?
Un deseo difícil de controlar
No todas las personas que prueban una droga sucumben a la adicción, pero una buena parte de una población que la prueba la encuentra lo suficientemente recompensante como para querer repetir la experiencia. Con el consumo repetido algunas personas desarrollan pensamientos y comportamientos compulsivos, a veces de alto riesgo, para tener acceso a más consumo. Se puede decir que, en general, la adicción a una droga psicotrópica se caracteriza por deseos intensos por consumirla y por pensamientos obsesivos y comportamientos de búsqueda; además, en algunos casos, se acompaña por los síntomas de malestar durante la abstinencia. De manera similar hallamos que no todas las personas que tienen un encuentro romántico se enamoran; pese a ello, si hay encuentros románticos constantes con una misma persona (especialmente si hay sexo) se puede desarrollar una preferencia por esa pareja, preferencia con cierto grado de compulsión. Esto se aprecia mejor en personas que aseguran estar “locamente enamoradas”, o quienes muestran un alto grado de atención hacia el ser amado, excitación y anticipación por su presencia. Además, las personas en la fase de enamoramiento pueden experimentar reacciones corporales autonómicas, como un incremento de su ritmo cardiaco y sudoración cuando están cerca del ser amado o cuando intuyen su presencia, así como aumento de la ansiedad cuando se aleja. Helene Fisher y sus colaboradores afirman que las personas enamoradas pueden expresar dependencia emocional, que incluye algunos cambios en sus hábitos para impresionar a la persona amada o para permanecer más tiempo junto a ella. También los enamorados expresan niveles de empatía exagerados que los hacen llevar a cabo comportamientos de alto riesgo. Los amantes también pueden ser sexualmente posesivos y sentir deseos intensos de estar unidos emocionalmente. Se ha considerado que la característica principal del enamoramiento en los humanos es el pensamiento obsesivo hacia la persona amada, lo que ocurre involuntariamente y es difícil de controlar. Todo esto ha llevado a vincular la experiencia del enamoramiento con la adicción. En su libro La neurociencia de las relaciones humanas, Louis Cozolino asegura que se puede tener una idea muy clara de esto, si alguna vez se ha estado “locamente enamorado” o “locamente celoso”. El amor romántico y la adicción comparten la pérdida de la razón, la falta de autocontrol y una necesidad obsesiva de buscar cierta satisfacción.
En el principio no había amor… ni adicciones
Imaginemos un animal de cualquier especie hace millones de años, al cual llamaremos Buddy. Al igual que sus congéneres, Buddy tenía que buscar comida y albergue para sobrevivir y parejas para reproducirse. La búsqueda constante de recursos producía un gasto de energía; por lo tanto, cuando probaba un alimento rico en azúcares o en sal, el cerebro de Buddy debía registrarlo como algo positivo para recordarlo y asegurase de volver a repetirlo. Alimentos con poca cantidad de nutrientes deberían entonces ser registrados en los cerebros como “menos adecuados”, comparados con los ricos en energía y nutrientes. La ventaja de tener un cerebro que le dictara a Buddy lo que debía o no escoger se reflejaba en la probabilidad de que sobreviviera. Al paso de las generaciones los descendientes que desarrollaron ese sistema cerebral fueron capaces de dirigir de manera automática su consumo hacia lo más conveniente para sobrevivir. Consumían alimentos por el antojo y la recompensa producida por el sabor, el cual estaba asociado a su potencial nutricional. Aquellos individuos que no tenían un sistema cerebral que dictara lo más adecuado para consumir basado en el antojo y la recompensa se enfrentaron a la desventaja de tener que probar alimentos que no eran necesarios o que eran poco nutritivos.
De manera similar, encontrar una pareja para reproducirse era un evento que requería una gran inversión de energía y recursos. Había que salir en su búsqueda y exponerse a los depredadores. Por lo tanto, un sistema de motivación muy fuerte debía impulsar el comportamiento de Buddy y de sus descendientes para aparearse y contrarrestar el miedo a morir o el tiempo perdido por no buscar alimento. Para algunos, era difícil e incluso peligroso encontrar una pareja para reproducirse, porque las parejas eran escasas, porque se encontraban en lugares muy dispersos donde era poco probable encont rarles, o porque había muchos depredadores; así, cuando un individuo encontraba a una pareja y se apareaba con ella, tenía dos opciones posteriores a la cópula: quedarse con ella o retirarse y seguir solo con su vida. Para cualquiera de esas dos opciones debía haber una motivación, es decir, un circuito neuronal que hiciera el cómputo de lo que era más adecuado hacer, similar a lo que ocurría cuando un animal decidía qué alimento comer.
Es probable que el sistema motivacional que hacía a los animales quedarse con su pareja fue el que evolucionó a través de las generaciones, hasta que aquellos se convirtieron en especies monógamas. Por el contrario, los animales que se iban después de la cópula posiblemente se convirtieron en especies que hoy conocemos como polígamas. En ambos casos, las presiones del ambiente y las ventajas de sobrevivir y reproducirse debieron haber dado forma a dichos sistemas emocionales. Por lo tanto, un animal monógamo debía tener ventajas al quedarse con una sola pareja, como asegurar la sobrevivencia de sus crías al ser ambos padres los que cuidaban de ellas, asegurar el apareamiento en condiciones difíciles para encontrar otra pareja, y otros beneficios inmediatos como la disminución del estrés por la estimulación del contacto social. El cerebro dictaría tales ventajas al producir sensaciones positivas por el contacto constante con la pareja –como tranquilidad o la ausencia de estrés o ansiedad– y la satisfacción por el fácil acceso a un contacto físico constante. Por su parte, el cerebro de los animales polígamos debió orientar sus hábitos basándose en las ventajas de no quedarse con una sola pareja, como tener la posibilidad de fertilizar más hembras y no gastar energía en cuidar crías que probablemente no fueran de ellos. Estos individuos no necesitarían del contacto social constante para lidiar con los factores de estrés y ansiedad, y encontrarían más interés en los nuevos individuos que en los ya conocidos.
Al igual que con los alimentos, los descendientes de Buddy tuvieron que confiar en su cerebro, el cual les dictaba el comportamiento más adecuado para sobrevivir y reproducirse en ambientes más propicios para monógamos o polígamos. El sistema cerebral encargado de producir sensaciones positivas en esas situaciones se hizo cada vez más selectivo y más eficiente. Ese sistema de búsqueda de pareja pudo haber evolucionado para detectar estímulos gratificantes que se encontraban de manera natural en el ambiente, como el sexo y el contacto social. Sin embargo, nunca se esperó que hubiera sustancias que lograran estimular dicho sistema neural de manera artificial y que, por ende, desencadenaran reacciones que hicieran al organismo creer que estaba frente a algo realmente importante para la adecuación evolutiva, aunque fuera un error.
La neuroquímica del deseo
Hay por lo menos cuatro neurotransmisores que pudieran modular de manera similar nuestra capacidad de sentir recompensa al estar con alguien y sentirnos enamorados, o al consumir una droga y sentirnos adictos. Estos son la oxitocina, la vasopresina, la dopamina y los opioides. Estos cuatro neurotransmisores actúan sobre los circuitos neurales involucrados en la recompensa, motivación, predicción y atención en animales y humanos. Así, entender la neuroquímica cerebral en los animales puede ayudarnos a entender los mecanismos básicos del enamoramiento y la adicción en nosotros.
La oxitocina y vasopresina
Hay una especie de ratones monógamos llamados Microtus ochrogaster, en los cuales se ha descubierto que la cópula induce la formación de vínculos afectivos de pareja. La acción de la oxitocina, que se libera durante el contacto físico y sexual, es en parte la responsable de la formación del vínculo. Se ha visto que cuando se inyecta oxitocina a una hembra y se le pone frente a un macho por unas cuantas horas, desarrolla una preferencia por éste a pesar de tener a más machos con los cuales copular, como si la oxitocina por sí sola facilitara el proceso de querer permanecer con ese macho. Por el contrario, las hembras inyectadas con una sustancia que bloquea el efecto de aquella (antagonista) no desarrollan una preferencia por el macho a pesar de haber copulado con él. La oxitocina también se libera durante el parto y la lactancia y participa en la formación del vínculo madre-cría, o durante el contacto social, cuando produce una disminución de la presión sanguínea y la disminución del estrés.
Otra hormona es la vasopresina, que es muy similar a la oxitocina y que es la responsable del comportamiento monógamo en los machos de M. ochrogaster. Por ejemplo, las inyecciones de vasopresina hacen que los machos desarrollen preferencia de pareja por una hembra en particular sin necesidad de haber copulado con ella, mientras que los antagonistas de la vasopresina bloquean la expresión de monogamia, incluso después de la cópula.
Hay datos que indican que de estas dos hormonas la oxitocina pudiera también participar en el proceso de adicción a las drogas. Por ejemplo, se ha encontrado que el tratamiento con oxitocina produce una disminución de la autoadministración intravenosa de heroína y de la locomoción excesiva causada por la cocaína en las ratas, como si habiendo oxitocina no necesitaran tanto de la droga. Esta evidencia sugiere que los vínculos de pareja y el consumo de drogas pudieran activar áreas similares en el cerebro que son dependientes de estas dos hormonas. Investigadores como el doctor Jaak Panksepp, entre otros, han demostrado ampliamente que el contacto social positivo y los vínculos afectivos pueden disminuir la necesidad de un individuo por consumir una droga adictiva.
La dopamina
En las especies monógamas, el sexo facilita la formación de los vínculos de pareja. Por lo tanto, cuando se descubrió que el sexo incrementaba hasta en 150% la cantidad de dopamina en el cerebro de roedores, se planteó la hipótesis de que dicho neurotransmisor era el responsable de la formación de vínculos afectivos de pareja inducidos por el sexo. Actualmente se ha demostrado que la administración de ciertos agonistas de la dopamina (sustancias que imitan su efecto) facilitan la formación de vínculos de pareja en el ratón M. ochrogaster, aun cuando no haya cópula, mientras que las sustancias que antagonizan ese efecto alteran la formación del vínculo incluso después de copular. Se sabe que ciertos antagonistas específicos para el receptor de dopamina tipo D2 (pero no para el tipo D1) afectan la formación del vínculo, mientras que los agonistas para el receptor tipo D2 (pero no el D1) lo facilitan. Esto ocurre en un área del cerebro llamada núcleo accumbens, la cual parece ser responsable de la formación de vínculos afectivos producidos por la liberación de dopamina.
Varios estudios indican que drogas como la cocaína incrementan más de tres veces la liberación de dopamina en el núcleo accumbens de las ratas. Esos niveles son del doble o más, comparados con los de la dopamina liberada por estímulos naturales tan potentes como el sexo. Si consideramos que el apego de una persona por su amante puede ser difícil de controlar, imaginemos el apego de un adicto por la droga. Se sabe que la dopamina es el gran responsable de los deseos incontrolables, pues cuando de manera general se bloquea su efecto con antagonistas, tanto las drogas como el sexo (y todos los demás incentivos naturales) dejan de ser interesantes para los animales tratados, es decir, pierden su efecto reforzante.
Algunos investigadores como los doctores Kent Berridge y Terry Robinson han sugerido que la dopamina es el mediador de los deseos por conseguir una droga, aumentando el “cuánto deseamos” la droga, sin afectar las propiedades hedónicas, o el “cuánto nos gusta” la droga. De acuerdo con ello, las drogas de abuso pueden hacer que un individuo se vuelva adicto a ellas al sensibilizar el sistema dopaminérgico e inducir niveles anormales de “cuánto deseamos” la droga. Esto se acompaña por una disminución de la actividad de la corteza prefrontal, que se encarga del razonamiento crítico y de la toma de decisiones, lo cual resulta en deseos intensos e irracionales. De manera similar a la adicción a una droga, es probable que durante la fase de enamoramiento las personas desarrollen apego por alguien como consecuencia de la dopamina liberada en el cerebro por los estímulos naturales, como el sexo o el contacto social. Cabe destacar que los individuos que se hallan en la fase de enamoramiento y que son expuestos a su amante también sufren una disminución en la actividad de la corteza prefrontal. Por consiguiente, los comportamientos compulsivos de alto riesgo, la posesividad y los deseos intensos por estar unidos emocionalmente a su pareja en los individuos enamorados pudieran deberse a un incremento en el “cuánto deseamos” el contacto con esa persona, sin que necesariamente se incremente el “cuánto nos gusta” el contacto con ella.
Los opioides
Se ha considerado que los opioides desempeñan un papel central en la recompensa que se obtiene de los estímulos naturales o de algunas drogas. El contacto social, el sexo y el juego aumentan la cantidad de opioides en diferentes partes del cerebro, los cuales son responsables de la euforia o el placer que estas actividades nos causan. Drogas como la heroína y la morfina tienen efectos directos al incrementar de manera exagerada los opioides en el cerebro. En la película Trainspotting, de Irvine Welsh, el personaje llamado Renton describe lo que para él es la sensación de recibir heroína inyectada y dice: “Imagina el mejor de tus orgasmos y multiplícalo por mil”. Es obvio entonces que si estímulos naturales como el sexo inducen la liberación de opioides y facilitan la formación de vínculos afectivos, entonces es posible que las drogas que producen niveles exagerados de activación produzcan también apegos patológicos por las sustancias de abuso. Se ha demost rado en animales de laboratorio que las propiedades recompensantes del sexo se bloquean con antagonistas de los opioides, y que en ausencia de estos también afectan la formación de vínculos afectivos que aparecen con el sexo. Algunos de los efectos recompensantes de los opioides son mediados en una parte del cerebro llamada área ventral tegmental, que es donde se produce la dopamina. Las inyecciones de agonistas de los opioides aumentan la actividad de la dopamina en el núcleo accumbens y, por el contrario, las de sus antagonistas disminuyen la actividad dopaminérgica en el núcleo accumbens. Se ha demostrado que los opioides median la actividad de las neuronas de dopamina en el área ventral tegmental al bloquear las que inhiben su liberación. De acuerdo a esto, la actividad de los opioides libera a las neuronas dopaminérgicas.
En fin, los datos contenidos en este artículo abordan las similitudes en los procesos neurobiológicos que conducen a la formación de vínculos afectivos de pareja y la adicción a las drogas. Ambos fenómenos inducen recompensa y cambios comportamentales caracterizados por atención compulsiva, excitación y anticipación hacia estímulos que ayudan a predecir la recompensa; por si fuera poco, hay similitudes neuroanatómicas y neuroquímicas. La actividad dopaminérgica dentro del núcleo accumbens es necesaria para la adicción a las drogas y la formación de los vínculos afectivos de pareja en los roedores, los que son mediados por la vasopresina, la oxitocina y los opioides, principalmente.
Actualmente se ha aceptado la idea de que el cerebro no evolucionó circuitos neuronales específicos que respondieran a las drogas adictivas. Se cree que durante el proceso de adicción las drogas “secuestran” ciertos sistemas neurales que evolucionaron para responder a algo más, y que dichos ci rcui tos responden de una manera exagerada y supernatural a los componentes químicos de las drogas adictivas. Tiene sentido pensar que los sistemas cerebrales involucrados en el deseo y la recompensa evolucionaron para aprender a buscar y detectar estímulos importantes para la sobrevivencia y la reproducción; por ejemplo, para encontrar alimentos o una pareja potencialmente adecuada para el apareamiento. Los doctores MacLean y Panksepp han sugerido que el uso de drogas por un individuo podría ser como un intento por compensar la falta de “sustancias bioquímicas satisfactorias” estimuladas por relaciones positivas. Cozolino lo pone de otra manera: los adictos a las drogas pueden satisfacer su necesidad de intimidad al manipular la bioquímica cerebral involucrada en los vínculos afectivos.
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