22 de August del 2011
Linda Bucay
- (…) Se me ha ocurrido la insensata y extraña idea de que voy a ganar infaliblemente aquí, en la mesa de juego. No sé por qué se me ocurrió semejante idea, pero estaba convencida. ¡Quién sabe!, acaso lo creía así porque no me quedaba otra salida.
- (…) O porque tenía demasiada necesidad de ganar, lo mismo que quien se agarra a una paja cuando está a punto de ahogarse. Convendrá usted misma en que, si no se estuviera ahogando, no confundiría la paja con un tronco.
Fiodor Dostoievski, El Jugador
Como sucede en el tema de las adicciones, no es sencillo apuntar con el dedo a un lugar que nos indique que el límite entre el comportamiento controlado y el comportamiento compulsivo se ha quebrado.
Existen criterios diagnósticos y modelos explicativos, que dibujan una idea sobre las fronteras de la adicción y por qué una persona las cruza, pero es un tema bastante complejo y multifactorial, que está relacionado con la personalidad del individuo, su historia y su entorno. Esto se acentúa en el caso particular de la Ludopatía, pues estamos hablando de una actividad y no del consumo de una sustancia. Además, jugar es algo normal en los seres humanos; en el comienzo de nuestra vida, es a través del juego que armamos estructuras internas y elaboramos nuestra relación con el mundo. Al crecer, puede permanecer como un ejercicio sano y recreativo; todos los que hemos jugado sabemos que ganar o perder viene acompañado por un sentimiento de felicidad o tristeza. Pero cuando el juego está acompañado por la apuesta, la derrota trae consigo la pérdida de algo, y cuando se antepone la apuesta al juego mismo, la persona deja de ser jugador y se convierte en apostador, abriendo la puerta a la posibilidad de compulsión. Podemos decir entonces, que la adicción se encuentra en el punto de inflexión en donde el jugador deja de ser quien controla el juego para pasar a ser controlado por el juego mismo, obsesionado ya, con el tema de la ganancia y pérdida económica.
Cuando una persona se adentra en el mundo de las apuestas, la primera fase viene acompañada de fantasías, de sueños adornados por los objetos maravillosos que, supone, adquirirá tras las ganancias. Es así como el jugador compulsivo se visualiza regalando coches nuevos, viviendo una vida cómoda y elegante, comprando departamentos, haciendo viajes y disfrutando una vida encantadora, gracias al nuevo “sistema” que encontró para hacer dinero. Pero triste y patéticamente, parece que la ganancia nunca es lo suficientemente grande para hacer realidad esos sueños. Cuando los jugadores compulsivos tienen éxito, juegan para tener sueños más grandes, pero cuando fracasan, juegan irresponsablemente, más allá de sus posibilidades, y van derrumbándose progresivamente junto con su mundo de sueños. Tristemente lucharán por recuperarse, fabricando más ilusiones y luego, sufriendo más y peores decepciones, cayendo en un pozo cada vez más profundo. En las fases más graves de esta enfermedad, el jugador solamente piensa en las apuestas, y entra en un estado de pánico; padece crisis, se olvida de su familia, amigos, pareja, trabajo, y aumenta sus riesgos legales por la cantidad de dinero que pierde y por la cantidad de préstamos que pide. De pronto se verá enredado en serios problemas por haber recurrido a prestamistas, por haber dado cheques sin fondos, y si no pide ayuda especializada, su desesperación absorberá todo su pensamiento, afectando su funcionamiento y estado de ánimo. El jugador, que posiblemente ha perdido su empleo, que ha arriesgado el bienestar de su familia, se termina viendo implicado en cuadros de violencia familiar, robos y estafas.
La industria de las apuestas, impulsada por los medios de comunicación, fomenta constantemente los centros que todos conocemos, ofreciendo este nuevo “sistema” de diversión y sobre todo, una idea de “éxito”. Pero tristemente, en la práctica cotidiana, parece que la ganancia nunca es suficiente para hacer realidad estos sueños ni para sanar la fractura original que lo lanzó a la adicción. Para lo único que termina alcanzando, es para abrir aún más la grieta, construyendo una montaña de problemas cada vez más densa, amalgamada por deudas que crecen exponencialmente hasta salirse de control.
Podemos hacer referencia a infinidad de testimonios que se acomodan en la Historia, en la Literatura y en la Psicología, con finales que si no terminan en rehabilitación, terminan con la vida del sujeto. Si ponemos atención, escucharemos la voz de personas totalmente comunes, hasta la de reyes que arriesgaron sus reinos en el juego (Calígula, Luis XIV de Francia o Enrique VII de Inglaterra que perdió en los dados las campanas de la Catedral de San Pedro), científicos como Descartes y escritores como el poeta Luis de Góngora o Fiodor Dostoievski.
Sin embargo en todos los discursos encontraremos comunes denominadores: “pérdida”, “ansiedad”, “crisis”, “quiebra”, “abandono”, “violencia”, “mentiras”, “fraudes” y el tema de un “vacío” del que parten. Hueco que las apuestas, cuando invitan al sujeto a adentrarse a un mundo de fantasías, fortuna y reconocimiento, prometen curar. Las salas de juego le ofrecen un refugio, un hábito que le ayuda a no pensar, a no encontrarse con el dolor interno por el que teme ser arrastrado.
En cualquier caso, el afectado es el último en reconocerlo, pues la negación viene adherida, por naturaleza, a todo comportamiento adictivo. Sin embargo, la única realidad es que el jugador compulsivo necesita tratamiento, como cualquier otro que consume y se consume a sí mismo en las sustancias. Parte del proceso, es que sus seres cercanos se den cuenta de que la única forma de ayudarle, no es resolviendo sus enredos económicos, sino haciéndole ver que necesita pedir ayuda y que el origen de su enfermedad no está enraizado en las finanzas, sino en las emociones. Para muchos, esto podrá sonar exagerado, pues todavía nos resulta difícil entender que el juego compulsivo es una adicción tan grave como otras con las que estamos más familiarizados. Aunque sea doloroso, cada día hay más personas que destruyen sus vidas y las de sus seres queridos, por no aceptar que tienen un problema y que necesitan ayuda.