05 de June del 2025
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En el hospital universitario de Nantes, al oeste de Francia, mujeres jóvenes enfrentan uno de los desafíos más dolorosos y silenciosos de su vida: los trastornos de la conducta alimentaria (TCA). Lucie, de 31 años, describe su experiencia con la anorexia como una pérdida de su "forma humana". Tras ocho años de lucha, su cuerpo y su mente quedaron marcados por una enfermedad que consume lentamente la vida y la identidad.
Lucie es una de las aproximadamente 80 pacientes tratadas en el “espacio Barbara”, un centro ambulatorio especializado del CHU de Nantes. Allí se brinda atención integral con consultas psiquiátricas, terapias familiares, comidas terapéuticas y talleres creativos. El centro es uno de los pocos en Francia que ofrece este tipo de enfoque multidisciplinario.
Cléo, de 18 años, ingresó al sistema médico a los 14, sin reconocer su enfermedad. “Dicta nuestros actos y gestos, se convierte en nuestra identidad”, relata. Como ella, muchas pacientes pasaron años negando lo evidente: el desprecio hacia sus cuerpos y una relación profundamente conflictiva con la comida.
La demanda de atención por TCA se ha disparado en los últimos años. Solo en Nantes, aumentó un 30 % en tres años. A nivel nacional, cerca de un millón de personas —en su mayoría mujeres jóvenes— padecen estos trastornos, según la Federación Francesa Anorexia Bulimia.
Factores como el confinamiento por la pandemia y la influencia de las redes sociales, especialmente TikTok, han amplificado la problemática. Mensajes bajo etiquetas como #skinnytok normalizan y promueven conductas peligrosas. Frases como “No eres fea, solo estás gorda” o la imagen de la “clean girl” —cuerpo ideal, vida perfecta— ejercen una presión silenciosa pero devastadora.
Julia, de 19 años, lo resume con crudeza: “Creemos que ser flacas nos dará una vida perfecta. Pero detrás hay una enfermedad y, en algún momento, una caída”.
El tratamiento es largo y complejo. A través de objetivos trimestrales, las pacientes enfrentan no solo el miedo a la comida, sino también a las emociones y a la pérdida de control. Para Lucie, el desafío va más allá del plato: “El miedo a la comida es solo la punta del iceberg”.