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  • Vigorexia: una obsesión silenciosa con la imagen corporal

29 de May del 2025

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En una sociedad donde la apariencia física se asocia con éxito, autoestima y aceptación social, los ideales de belleza ejercen una presión intensa sobre las personas. En este contexto, surge la vigorexia, un trastorno caracterizado por la obsesión patológica con el desarrollo muscular, que lleva a comportamientos extremos y dañinos para la salud física y mental.

Aunque aún no está reconocida oficialmente en el Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales (DSM-5), la vigorexia comparte rasgos con los trastornos dismórficos corporales. Las personas que la padecen suelen tener una percepción distorsionada de su cuerpo, viéndose a sí mismas como delgadas o poco musculosas, incluso cuando su físico indica lo contrario. Los síntomas incluyen entrenamientos compulsivos, dietas hipercontroladas, consumo de suplementos o esteroides, baja autoestima y aislamiento social.

La aparición de la vigorexia responde a múltiples factores. A nivel biológico, pueden influir desequilibrios neuroquímicos; psicológicamente, la baja autoestima y el perfeccionismo son comunes; mientras que social y culturalmente, los medios y redes sociales promueven cuerpos musculosos como sinónimo de éxito y atractivo.

Este trastorno no solo conlleva riesgos como lesiones, problemas hepáticos o renales y desequilibrios nutricionales, sino también serias consecuencias mentales como ansiedad, depresión y el deterioro de las relaciones interpersonales.

El tratamiento de la vigorexia debe ser integral y multidisciplinario. La terapia cognitivo-conductual ayuda a corregir la distorsión corporal y mejorar la autoestima. El acompañamiento nutricional promueve hábitos alimentarios saludables, y la educación social busca fomentar una imagen corporal realista y positiva. Además, el apoyo de familiares y amigos es clave en el proceso de recuperación.

En conclusión, la vigorexia evidencia los efectos dañinos de los estándares de belleza impuestos. Combatirla requiere no solo tratar a quienes la padecen, sino también educar a la sociedad sobre la importancia de valorar el cuerpo desde la salud y no desde la apariencia. Solo así se podrá avanzar hacia una cultura de aceptación, equilibrio y bienestar integral.