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Creando estilos de vida sanos

‘Mescalina’: las razones de tres artistas para experimentar con un alucinógeno

No tenemos la costumbre de mirar con los ojos cerrados.* No veríamos sino un color negro (o gris). Perdimos la costumbre de mirar donde, por lo general, no vemos nada. Una muy fuerte fiebre, una dosis no muy fuerte de mescalina proyectan en el interior de los párpados imágenes. En lo que respecta a la fiebre, en general nos priva de esa conciencia, de esa libertad de pensamiento y de movimiento que puede hacernos tomar conciencia o deleitarnos en lo que vemos. No me pasó más que una vez disfrutar verdaderamente y acordarme con mucha nitidez de lo que vi a los 41º. Al haber tomado una dosis muy baja de mescalina, pude ver con los ojos cerrados toda una fantasmagoría. En tanto esperaba imágenes impresionantes y singulares como las de ciertos sueños, de entrada no puse mucha atención a lo que vi y ni siquiera me irrité por la insignificancia de una imagen insistente, curiosa distribución de paja trenzada malva, completamente desprovista de interés. Hasta que el hecho de ver eso que no existía en ningún lado me llenó de una alegría extraña mezclada con temor. El día siguiente, al haber tomado una dosis un poco más fuerte, cerré los ojos y la agudeza repentina de las formas animadas que se agolpaban me sobrecogió. Demasiado cerca de la mirada interior, en la oscuridad íntima sensible circundante, vivían estas imágenes, pero se transformaban dejándome apenas el tiempo de percibirlas como de soslayo. En los sueños tenemos empero la impresión de deformar por medio de la atención lo que vemos. Lo que veía tomaba respecto a mí una independencia excesiva, y su abundancia loca e inútil me irritaba. Primero fueron céspedes en una miniatura microscópica que ligeras vetas escondidas recorrían y que luego chisporroteaban por ligeros orificios, pequeñas brasas o cabujones fascinantes y animados, en fin, brotes de sarna que corrían bajo la piel traslúcida. El verde pasó al marrón quemado y a los violáceos cálidos sobre relieves de muros de piedra de grano de una fineza que me brindaba el placer del modelo reducido sumamente perfecto de monumentos, pero ninguna forma me recordaba nada que hubiera visto nunca antes. Una multitud de imágenes de las que no retuve nada debieron de pasar, pero pronto me impresionaron de nuevo semejanzas. Ahora las imágenes en movimiento estaban sin vida, absurdos decorados con palmetas y astrágalos, todo el mal gusto más soso (y no un barroco extravagante) iluminado, doquiera realzado por el brillo más inverosímil. Sin embargo, al momento nacían pequeños grupos de puntos incandescentes unidos como constelaciones en cúmulos con un efecto más que sorprendente, y como al margen (o sobre un plano diferente); pero el hastío o la exasperación que experimentaba muy rápido, el asco de ver formas de una vulgaridad insensata me hizo abrir los ojos justo después de una suerte de cascada de un grado aún más alto en el horrible conjunto de plástico de colores chillones. Exasperada. Me sorprendí al preguntarme cómo todo eso había venido a mí, a mi vista, de la que era en suma responsable.