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Creando estilos de vida sanos

De ludópata a salvar a los adictos a las apuestas: "Me jugué a cara o cruz si pedía ayuda o me tiraba por el balcón"

"La última vez que jugué fue hace 30 años. Me quedaba una moneda en el bolsillo. No entiendo por qué, porque nunca tenía dinero, todo me lo gastaba. Salí al balcón de mi casa y lancé la moneda al aire. Si sale cara, pido ayuda. Si sale cruz, me mato... Estaba harto. Y me habría tirado tan a gusto. Pesaba entonces 55 kilos y mido 1,80. Mi mujer me había abandonado, había perdido el trabajo y a mi familia. Había cometido delitos para poder seguir jugando. Era un completo caos. Y quería morirme... Pero lancé la moneda y salió cara. Es la última vez que he jugado y la única que he ganado".

-¿Desde cuándo es usted ex ludópata?

-Aún soy un ludópata. Hace 30 años que no juego, pero sigo siendo ludópata. Esto es una enfermedad de por vida. Tengo claro lo que soy. No estoy orgulloso de lo que he sido, pero sí de lo que soy ahora.

Lo que ha sido Francesc Perendreu es un crápula, un golfo que llegó a ganar medio millón de pesetas al mes trabajando como gigoló en la Barcelona de los 70 y que se gastó hasta nueve millones en las máquinas tragaperras. Que no se enganchó al bingo porque cuando abrían los salones a las cuatro de la tarde, a él ya no le quedaba un duro. Que empezó a jugar con 19 años y que durante otros nueve descendió a los infiernos esperando a que le salieran de una maldita vez los tres sietes en la misma fila, o los dichosos simbolitos del dólar. Y el caso es que nunca salían.

Lo que es hoy Francesc Perendreu es presidente de Acencas, la Asociación Catalana de Adicciones Sociales, y el único ex jugador que se sienta en la mesa del Consejo Asesor de Juego Responsable del Ministerio de Hacienda. Fundó la primera asociación de ludópatas de Cataluña y la segunda también. Hace 25 años, amplió su centro a lo que él llama «adicciones sociales», resumidas en la colección de libros que decoran su despacho, algo así como la bibliografía completa del vicio: manuales sobre la adicción al sexo, a las drogas, a la comida, al alcohol, a las compras por internet y, sobre todo, al juego, la última gran epidemia.

La primera vez juegas por el premio, pero pronto descubres algo mucho más importante que el dinero; que cuando juegas, no piensas

El mercado de los juegos de azar creció el año pasado un 25% en España. Aumentan las apuestas deportivas, que se han triplicado desde 2013, pero también el gasto en casinos y bingos, los torneos de póquer y las máquinas de toda la vida. Y se dispara, sobre todo, el sector del juego onlineSólo el año pasado se jugaron en nuestro país más de 17.349 millones de euros, un 30,5% más que en 2017, según el Informe anual de la Dirección General del Juego. En el primer semestre del año pasado, los jugadores gastaron más dinero en internet que en todo el año 2016.

Los ludópatas de hoy ya no se parecen a Francesc. «Yo era un jugador presencial. Tenía que ir al bar, tenía que mostrarme, me veían y yo veía cómo el dinero desaparecía de mis bolsillos. Ahora juegan a través de esto (y levanta el teléfono móvil como quien empuña un revólver en la puerta del banco). Hoy son invisibles, pueden jugar 24 horas al día, 365 días al año, y nadie les ve».

Hace 17 años, los psicólogos estadounidenses Robert Breen y Mark Zimmerman alertaron de que las máquinas tragaperras eran la «cocaína del juego». Hoy, los expertos aseguran que, en realidad, las tragaperras eran como el cannabis. La auténtica droga dura es el juego online. El peligro se ha multiplicado.

«Hoy juegan con dinero de plástico, no ven cómo se esfuman las monedas y encima creen que controlan», cuenta Francesc. «Apuestan y creen que ellos saben tanto de deporte que ganarán. Yo echaba una moneda y no controlaba nada. Hoy el riesgo es infinitamente mayor aunque el fondo siempre sea el mismo».

-¿Cuál es el fondo? ¿Por qué juega un ludópata?

-Por miedo a afrontar la vida, por miedo al fracaso. La primera vez juegas por el premio, pero pronto descubres algo mucho más importante que el dinero; que cuando juegas, no piensas.

En el gotelé de sus oficinas, ubicadas a pocos metros de la Sagrada Familia, cuelga un cuadro con una espiral negra como esas espirales que se prenden para repeler a los mosquitos. En uno de los extremos la espiral del cuadro se parte. «Justo aquí entro yo», dice. «Cuando la espiral se rompe».