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Creando estilos de vida sanos

Por mi adicción a las redes sociales lo perdí todo.

Él no se daba cuenta de que tenía un problema, no veía que todo iba mucho más allá que un mero cambio de fórmula.

 Creía que estar todo el día pensando en las redes era normal. «Pero las redes sociales me estaban robando la vida. Por mi adicción lo perdí todo, hasta la capacidad de relacionarme con la gente», recuerda ahora durante una charla telefónica por medio de un móvil de vieja generación. Entonces fue cuando pidió ayuda. Estuvo diez meses en terapia en Proyecto Hombre y otros seis de reinserción. Ahora está recuperado y sabe cómo poner coto cuando la cosa puede pintar mal.

Fue adicto al teléfono pero, como dice este varón de mediana edad que ha pasado el meridiano de la treintena, «el smartphone solo era un instrumento, como puede ser un ordenador o una tableta. El problema no era el teléfono porque, de no tenerlo, habría usado otro medio para estar permanentemente conectado. Lo adictivo era navegar por una red social, porque era un modo de aislarme de los problemas reales que se presentan en el día a día, en la vida».

«Al principio el modo de usar la red era normal, pero poco a poco fui aislándome del entorno que me rodeaba. Todo eso fue generándome conflictos a la hora de relacionarme de forma normal con la gente. Cuando estaba en público, estaba incómodo porque había perdido la capacidad de charlar con la gente real que sabía cómo era».

Los que estaban a su lado comenzaron a detectar esa anómala conducta. Observaban que ya no quería salir por ahí. Pero las redes sociales no solo sacrificaron su vida personal. Además de suponer un gasto porque, como dice, «buscas conectarte constantemente», en el trabajo también comenzó a tener problemas porque, como recuerda, «empiezas a no rendir lo que tienes que rendir, es una vorágine de la que no logras salir».

Por eso ahora le preocupa cuando ve a niños que aún no tienen edad ni para vestirse solos jugar constantemente con una tableta o tener una pataleta porque sus padres no les dejan continuar navegando: «Me preocupa que para tenerlos entretenidos algunos padres les den la tableta. Habrá algún niño que puedan manejarlo bien, pero otro no», dice. Y reconoce que la tecnología no es mala, pero hay que usarla bien.