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Creando estilos de vida sanos

Testimonio: “Comencé a vivir después de abandonar las drogas”

“Caí en las drogas a los 19 años por falta de madurez.En ese tiempo murieron mis padres y yo no supe qué hacer, ellos me daban todo. Ya tenía mi primer hijo resultado de un descuido. Mi familia me exigía que cuidara  de él, pero mamá se encargaba de eso”, confesó.

“Sentí que perdí todo cuando mi  mamá falleció de un infarto pulmonar y después mi  padre de cáncer de hígado. Mi refugio fueron las drogas.Comencé a los 17 años  con la marihuana, luego pasé a la cocaína, el basuco, el ‘popper’ y el alcohol. 

Entre los recuerdos que me  quedan de esa vida en el cuerpo, está esta cicatriz —dijo, mostrándo la dramática línea que divide su mejilla izquierda del mentón—, perdí mi bazo y una fractura en el dedo medio de la mano izquierda son el  resultado de una de las tantas peleas en las que estuve mientras viví en  la indigencia por 15 años. En la  calle sobrevive el más fuerte y con el efecto de las drogas, solamente la mirada de alguien puede desatar una guerra.

Llegué a no bañarme y no me cambiaba la ropa. Tampoco me alimentaba bien. Mis hijos iban a buscarme mientras estuve en la calle pero yo solo quería seguir drogada”.
 Maribel habla abiertamente de su pasado, como si de una herida de guerra se tratase. Le tiembla la voz al recordar  lo que perdió al abandonar a sus hijos desde pequeños.  Su hermano mayor se consagró a la crianza y manutención de sus tres sobrinos.  

Alguna vez formó parte de las estadísticas la mujer de 53 años. La Organización de las Naciones Unidas publicó en su resumen ejecutivo del informe anual sobre las drogas 2015 que se estimaba que 246 millones de personas —un poco más de 5% de los mayores de 15 a 64 años en todo el mundo— consumieron una droga ilícita en 2013, para esa fecha, 27 millones eran adictos.

“La droga te arrastra, porque uno va perdiendo todo. Física y emocionalmente no hay nada, somos vacíos totalmente, las drogas te borran la mente y las emociones”, comenta en tono cuestionador y reflexivo sobre lo que la llevó a un paso de la muerte. 

“Luego conocí a un grupo que procesaba la cocaína con otros compuestos y la inhalaban a través de un tubo de ensayo. Aprendí  a preparar el crack, esa droga fue la detonante para mi vida porque es más destructiva. Bueno, las drogas destruyen tu vida. Fumé mucho crack de noche y de día. Al tiempo ya me afectaba muchísimo físicamente, sentía que mi cuerpo no lo controlaba”.

De las estadías en hoteles de la ciudad con “los grupos”   pasó a  vigilias cada vez más seguidas en la calle, hasta  caer en la indigencia. “A pesar de mis estadías en la calle, siempre busqué protección frente a las iglesias. Cuidaba y lavaba carros. Pedir da suficiente para las drogas y más cuando eres mujer, la gente es más condescendiente”.

Cuando se abandona el consumo de estupefacientes se entra en una  “cuarentena” en la que toca dejar atrás a los “viejos amigos”. Ellos no tienen lugar en esta nueva vida, pues pueden ser la pólvora para encender la llama a una recaída, posiblemente sin regreso. 
Envenenar durante tres décadas su cuerpo le pasó factura. Llegó un momento que no podía controlar sus movimientos: “Las drogas, honestamente, desequilibran a uno más, no te pone activa sino paranoica, la gente te mira y se da cuenta que estás drogada. Me dije que tenía que parar y sentí que debía buscar a mis hijos, pero empecé a tomar alcohol”.

De acuerdo con las Naciones Unidas, “no hay un remedio rápido y sencillo para atajar la drogodependencia. Se trata de un problema de salud crónico y, al igual que con otras enfermedades crónicas, las personas afectadas son vulnerables durante toda la vida y necesitan tratamiento de forma prolongada y continua”.

El momento en el que Maribel decidió cambiar de rumbo y renunciar a las drogas fue cuando casi muere frente a la Iglesia Corazón de Jesús. 

Un grupo de indigentes, al que no pertenecía, la apuñaló y pateó dejándola a tal punto que quedó en coma por tres semanas: “Ellos me golpearon para que les dijera dónde estaba uno de los hombres del grupo con los que me pasaba. Yo, aunque sabía, siempre me mantuve y nunca se los dije”.

Con las imágenes proyectadas en sus recuerdos reflexiona: “Ya Dios me había dado muchas oportunidades y esta era la vencida”.

Luego de más de un cuarto de siglo de adicción, estuvo tres meses en cuidados intensivos. “No podía caminar y de los golpes me rompieron el bazo. Dios me dio la oportunidad de volver a nacer. Decidí cambiar. A partir de allí dije: ‘Sí quiero el cambio’”.

“No fue fácil llegar hasta acá, pero yo quería retomar mi vida otra vez y estar con mis hijos, debía hacerlo. En mi recuperación me ayudaron mis hijos, quienes ya eran adultos.  Estoy bien gracias al señor, a ellos y a mi fuerza de voluntad”.