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Creando estilos de vida sanos

Nomás no le vendí el alma al diablo porque no lo encontré

Maribel Petit dormía en la calle sobre un cartón frente a las iglesias, no le importaba nada más que consumir drogas. Dejó de ver a sus tres  hijos, ellos la buscaban, pero  solo  quería  seguir drogada.  A los 17  años empezó a consumir sustancias prohibidas. Con 19, era madre de su  primer hijo. En esa época murieron  sus  padres y su mundo se quebró. 

“Caí en las drogas a los 19 años por falta de madurez.En ese tiempo murieron mis padres y yo no supe qué hacer, ellos me daban todo. Ya tenía mi primer hijo resultado de un descuido. Mi familia me exigía que cuidara  de él, pero mamá se encargaba de eso”, confesó.

“Sentí que perdí todo cuando mi  mamá falleció de un infarto pulmonar y después mi  padre de cáncer de hígado. Mi refugio fueron las drogas.

Comencé a los 17 años  con la marihuana, luego pasé a la cocaína, el basuco, el ‘popper’ y el alcohol. 

Entre los recuerdos que me  quedan de esa vida en el cuerpo, está esta cicatriz —dijo, mostrándo la dramática línea que divide su mejilla izquierda del mentón—, perdí mi bazo y una fractura en el dedo medio de la mano izquierda son el  resultado de una de las tantas peleas en las que estuve mientras viví en  la indigencia por 15 años. En la  calle sobrevive el más fuerte y con el efecto de las drogas, solamente la mirada de alguien puede desatar una guerra.

Llegué a no bañarme y no me cambiaba la ropa. Tampoco me alimentaba bien. Mis hijos iban a buscarme mientras estuve en la calle pero yo solo quería seguir drogada”.
 Maribel habla abiertamente de su pasado, como si de una herida de guerra se tratase. Le tiembla la voz al recordar  lo que perdió al abandonar a sus hijos desde pequeños.  Su hermano mayor se consagró a la crianza y manutención de sus tres sobrinos.  

Alguna vez formó parte de las estadísticas la mujer de 53 años. La Organización de las Naciones Unidas publicó en su resumen ejecutivo del informe anual sobre las drogas 2015 que se estimaba que 246 millones de personas —un poco más de 5% de los mayores de 15 a 64 años en todo el mundo— consumieron una droga ilícita en 2013, para esa fecha, 27 millones eran adictos.

“La droga te arrastra, porque uno va perdiendo todo. Física y emocionalmente no hay nada, somos vacíos totalmente, las drogas te borran la mente y las emociones”, comenta en tono cuestionador y reflexivo sobre lo que la llevó a un paso de la muerte. 

“Luego conocí a un grupo que procesaba la cocaína con otros compuestos y la inhalaban a través de un tubo de ensayo. Aprendí  a preparar el crack, esa droga fue la detonante para mi vida porque es más destructiva. Bueno, las drogas destruyen tu vida. Fumé mucho crack de noche y de día. Al tiempo ya me afectaba muchísimo físicamente, sentía que mi cuerpo no lo controlaba”.

De las estadías en hoteles de la ciudad con “los grupos”   pasó a  vigilias cada vez más seguidas en la calle, hasta  caer en la indigencia. “A pesar de mis estadías en la calle, siempre busqué protección frente a las iglesias. Cuidaba y lavaba carros. Pedir da suficiente para las drogas y más cuando eres mujer, la gente es más condescendiente”.

Cuando se abandona el consumo de estupefacientes se entra en una  “cuarentena” en la que toca dejar atrás a los “viejos amigos”. Ellos no tienen lugar en esta nueva vida, pues pueden ser la pólvora para encender la llama a una recaída, posiblemente sin regreso. 
Envenenar durante tres décadas su cuerpo le pasó factura. Llegó un momento que no podía controlar sus movimientos: “Las drogas, honestamente, desequilibran a uno más, no te pone activa sino paranoica, la gente te mira y se da cuenta que estás drogada. Me dije que tenía que parar y sentí que debía buscar a mis hijos, pero empecé a tomar alcohol”.

De acuerdo con las Naciones Unidas, “no hay un remedio rápido y sencillo para atajar la drogodependencia. Se trata de un problema de salud crónico y, al igual que con otras enfermedades crónicas, las personas afectadas son vulnerables durante toda la vida y necesitan tratamiento de forma prolongada y continua”.

El momento en el que Maribel decidió cambiar de rumbo y renunciar a las drogas fue cuando casi muere frente a la Iglesia Corazón de Jesús. 

Un grupo de indigentes, al que no pertenecía, la apuñaló y pateó dejándola a tal punto que quedó en coma por tres semanas: “Ellos me golpearon para que les dijera dónde estaba uno de los hombres del grupo con los que me pasaba. Yo, aunque sabía, siempre me mantuve y nunca se los dije”.

Con las imágenes proyectadas en sus recuerdos reflexiona: “Ya Dios me había dado muchas oportunidades y esta era la vencida”.

Luego de más de un cuarto de siglo de adicción, estuvo tres meses en cuidados intensivos. “No podía caminar y de los golpes me rompieron el bazo. Dios me dio la oportunidad de volver a nacer. Decidí cambiar. A partir de allí dije: ‘Sí quiero el cambio’”.

“No fue fácil llegar hasta acá, pero yo quería retomar mi vida otra vez y estar con mis hijos, debía hacerlo. En mi recuperación me ayudaron mis hijos, quienes ya eran adultos.  Estoy bien gracias al señor, a ellos y a mi fuerza de voluntad”.

Su hijo mayor, Luis Eduardo Petit, le apartó la primera cita con la Fundación José Félix Ribas, en donde empezó su camino de dos años para su rehabilitación.

“Las personas que ingresamos tienen el acompañamiento de la familia, ese es el tipo de pacientes en el que nos especializamos, si no tienen a su familia sería otro tipo de tratamiento. Que el paciente se sienta respaldado durante el proceso, ayuda a que no recaiga”, declaró el presidente del Centro Orientación Familiar de El Milagro, adscrito a la Fundación gubernamental José Félix Ribas, Alfredo Perozo.

La psiquiatra y principal pilar de Maribel durante su recuperación, la doctora Ana Pacheco, destacó que “ella llevó una vida bastante golpeada, sumamente dura. Cuando empezamos el tratamiento, estaba muy deteriorada física y emocionalmente. Pudo haber pasado otras cosas más que posiblemente están reprimidas y ella no lo haya manifestado aún, no porque ella no haya querido sino porque el inconsciente reprime cosas, pero que en definitiva la llevaron a consumir drogas a ese grado”.  

Los organismos venezolanos como la Oficina Nacional Antidrogas (ONA), no manejan una cifra exacta de las personas que son dependiente de las drogas, pero el funcionario Perozo aseguró que desde el 2009, cuando la fundación dejó de ser una organización sin fines de lucro para estar adscrita al gobierno, “se ha rehabilitado satisfactoriamente a 30 mil personas que no han recaído”.

“Maribel se mantuvo y es de las pocas mujeres que no ha recaído. No es fácil que una mujer se mantenga en un tratamiento porque se dejan manipular por los maridos que no las dejan asistir o porque no hay nadie que les cuide los hijos, como hay otras pacientes que, por factores internos, no han podido y consumen de vez en cuando pero se desenvuelven en algunos ámbitos y así viven”, refirió Pacheco.

El informe de la ONU resalta que aunque uno de cada tres consumidores es mujer, mientras que los que reciben tratamiento son una de cada cinco, según la organización, son obstáculos sociales que se anteponen. También indica que las mujeres son más propensas a volverse adictas a drogas recetadas, como los tranquilizantes, “la probabilidad de que el inicio del consumo indebido de tranquilizantes y opioides de venta con receta dé lugar a un consumo habitual o actual de esas sustancias es relativamente alta en comparación con otras drogas”, reseñó el informe.

La especialista señaló también que “es una enfermedad que no se cura porque al consumir drogas se eleva la dopamina (neurotransmisor asociado con la sensación de placer) con el consumo de drogas, al dejar de ingerirlas el cuerpo empieza a necesitarlas, aún después de mucho  el cerebro recuerda esas sensaciones, que serán familiares para él por lo que es más proclive que el resto de las personas que no han sido adictas a recaer. Yo les digo a mis pacientes, hoy estas sobrio, mañana puede ser que no, por eso debes mantenerte fuerte”.

Maribel se ha mantenido durante 10 años, después que decidió tomar el camino de una vida sana. “No ha sido fácil seguir así porque sabes que tienes que tener una lucha para toda la vida porque esta es una enfermedad que se detiene, pero no se cura. Se detiene porque uno quiere y tiene la fuerza de voluntad, y las ganas de vivir sanamente”.

En el mercado de los corotos  de El Milagro, cerca del Lago de Maracaibo, al norte de la capital,  Maribel Petit vende ropa, zapatos, carteras y cualquier cosa que pueda generarle ingresos.  En la casa que comparte con una tía que la recibió junto con sus tres hijos, vende helados.  Dos días a la semana limpia en una casa de familia, trabajo del que se siente orgullosa porque  ha aprendido a “tener una buena relación con la autoridad y los niños me aman”. 

Los jueves  es voluntaria en un Grupo de Apoyo Integral al Individuo y la Familia (Aifam), en el que ayuda a adolescentes con drogodependencia. Les da apoyo a través de  su experiencia  y les hace saber que con voluntad se puede vencer cualquier obstáculo y seguir adelante. 

Una década de sobriedad le han permitido disfrutar y valorar  lo más mínimo en su vida. Bailar, en especial merengue, y estar con sus hijos, es lo que más ama.  Es feliz de cada responsabilidad que adquiere.  “Comencé a vivir después de abandonar las drogas, fue como volver a nacer. Ahora vivo cada día de mi vida”.